EFEMERIDES 29 DE
OCTUBRE
UNA MANO QUE ME AYUDE
A CRUZAR LA NOCHE
Lo llevaban a la
rastra dos recios hombres vestidos de blanco, con más de barra brava que de enfermero.
El pobre infeliz balbuceaba incoherencias por el anestésico y los relajantes
musculares, pero aunque hubiera podido juntar dos palabras, el personal
sanitario era demasiado joven para entender. Uno de ellos creyó escuchar que
decía: “Yo toqué con B.B. King”. El
otro, más veterano en esto de lidiar con enfermos mentales, lo atajó enseguida:
- Es un esquizofrénico y como tal, tiene alterada la percepción de la realidad.
Simplemente delira… ¡Mirá que este desecho humano va a haber tocado con B.B.
King!
El paciente venía de
recaída en recaída y la falta de respuesta a los medicamentos habituales, hizo
aconsejable incrementar las sesiones de “terapia”. En la jerga del manicomio era
un eufemismo para la terapia electroconvulsiva… los electroshocks, para explicarlo
con propiedad.
Lo que los asistentes
terapéuticos no sabían era que, a comienzos de los 70’, cuando la fama no era
cuento, el tipo era alguien en serio y en una gira por Alemania no aguantó el
peso de tanta popularidad y se metió tal dosis de LSD que estuvo alucinando
tres días seguidos. El ácido lisérgico lo atrapó en su mundo psicodélico y ya
nunca volvió a ser el mismo, alternado épocas de euforia con períodos de ausencia
emocional. Abominó del dinero, de la música, de las ovaciones y durante años, vivió
de la caridad, como un linyera. A veces se le representaba una melodía con una
nitidez traslúcida. Otras, lo asaltaba el eco de aplausos lejanos. Nunca podía
recordar su nombre. Sin embargo, volvió a subirse a un escenario unas cuantas
veces más. Los dedos recorrían las cuerdas, la voz acomodaba los versos, pero
esa, esa ya era la vida de otro.
Los pasillos de
azulejos blancos se sucedían como un laberinto perverso. Ojos asustados
fisgoneaban por la mirilla de las puertas de metal. Cada tanto se escuchaba una
carcajada que también podía ser un sollozo. Finalmente, llegaron a la
“mazmorra”, como llamaban, con no poca sorna, a las instalaciones donde se aplicaba
el tratamiento.
Lo pusieron en la
camilla y empezaron a pasarle los correajes de sujeción. El paciente de barba
desprolija y mirada caníbal canturreaba: “Necesito
la mano de alguien que me guíe a través de la noche, necesito que alguien me
abrace y estruje con fuerza… Y ahora, cuando la noche comienza, estoy en un
camino sin salida porque necesito tanto tu amor”. A los muchachos, la
melodía les resultó levemente familiar.
Mientras le ponían
los electrodos en la cabeza, el paciente entró en un estado de agitación y se
puso a gritar que él había sido el reemplazo de Eric Clapton en la banda de
John Mayall. El nombre de Clapton hizo que los enfermeros se miraran con alguna
inquietud. ¿A quién le estaban friendo el cerebro?
Pese a las severas
normas de confidencialidad que gobernaban aquel hospicio de las afueras de
Londres, los muchachos tomaron coraje y le preguntaron. El hombre levantó la
cabeza, lanzó una risotada y antes del desmayo dijo: Yo solía ser Peter Green,
de Fleetwood Mac…
En un día como hoy,
pero de 1946 nacía en Londres, Peter Allen Greenbaum, mejor conocido como Peter
Green, legendario guitarrista de blues y rock, que saltó a la fama con la banda
Fleetwood Mac. De una clara influencia en toda una generación de guitarristas,
toco entre otros con verdaderas glorias del blues como B.B. King, John Mayall,
Eddie Boyd, Otis Spam y Memphis Slim. El abuso con las drogas prácticamente truncó
su carrera. Así y todo, la revista Rolling Stone, lo considera el número 38 en
la lista de los mejores 100 guitarristas de toda la historia.
© Pablo Martínez
Burkett, 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario