Para ingresar al
Gran Museo Universal de las Prisiones, a los visitantes se les vendan los ojos
en la puerta de entrada y desde allí son conducidos, a través de pasadizos, túneles,
escaleras y elevadores, por guías discretos de manos suaves y pisadas silenciosas.
El trayecto es lento y tortuoso, pero de pronto el visitante advierte que está
solo, que ya no siente la leve presión de los dedos enguantados orientándolo, y
tras unos momentos de desconcierto se quita la venda. Entonces comienza el
verdadero recorrido, sin planos ni indicaciones de ningún tipo: la única manera
verdadera de experimentar el Museo, insisten los folletos, es dejarse perder y
avanzar a tientas, librándose al azar y el capricho. Ningún recorrido es igual
a otro, nunca.
La estructura del
Museo es confusa, y el encadenamiento de las distintas salas garantiza la
sorpresa y el desconcierto. Ante los ojos maravillados de los visitantes se
suceden celdas monacales, toros de tortura, mazmorras de piedra ablandada por
el musgo, habitaciones tapiadas, pozos en la arena, nichos criogénicos, cavernas
insalubres de vapores sulfurosos, damas de hierro, pesadas telarañas de
cadenas, pinzas y grilletes, ollas a presión, efigies humanas inflamables, panópticos
rigurosos, jaulas químicas de colores y sonidos estridentes. La inventiva
parece superarse en cada recodo; el espectáculo podría no tener fin.
El verdadero
alcance de estas impresiones, sin embargo, sólo llegan a comprenderlo quienes
se extravían en las catacumbas del Museo. Una pendiente apenas perceptible, una
rampa en espiral, una escalera empinada o un declive en falsa escuadra, que
aparentaba ir hacia arriba y sin embargo... El espacio se abre, la perspectiva
enloquece y la escala de las cosas se desquicia, entre luces y sombras de
contornos abruptos. Es lo que los guías, entre murmullos, llaman (sin haberlas
visto jamás) las Cárceles Imaginarias:
un laberinto alucinatorio de puentes, corredores, escaleras a ninguna parte,
maquinarias incomprensibles, arcos, puntos ciegos, ruinas y pasadizos, que se
yuxtaponen unos a otros en una composición imposible e instauran su propio
equilibrio inestable.
El visitante se
extravía en esta construcción de pesadilla, que se abre y multiplica sin cesar.
Se va adentrando cada vez más en sus entrañas de mortero, metal, piedra y
ladrillos. De tanto en tanto, ve a lo lejos a otros como él, pero la distancia
y la arquitectura que los separa son infranqueables. Continúa su recorrido. Sólo
existe una dirección posible y es cada vez más abajo, más lejos de la luz del
sol y las ciudades de la superficie, hacia el centro ilusorio de la tierra.
El 4 de octubre de 1720 nació en la República de Venecia el grabador,
investigador y arquitecto Giovanni Piranesi. En sus grabados se representan
construcciones reales y fantásticas, monumentos y objetos de la antigüedad
romana y diseños originales para muebles y ornamentos. Su serie de las Prisiones imaginarias influyó
profundamente en el Romanticismo, el Surrealismo, el cine y muchos artistas del
siglo XX, como Escher.
María
Eugenia Alcatena
No hay comentarios:
Publicar un comentario