ADMIRABLE SONIDO EN
LOS SEPULCROS
A nadie le puede
extrañar que un meteorito derribe a un satélite. Tampoco puede causar asombro que
en su ingreso en la atmósfera, el artefacto no se desintegre del todo. Y es probable
que los restos calcinados se estrellen en la superficie terrestre como una lluvia
de fuego.
Y eso, exactamente eso,
es lo que sucedió. La desgracia se abatió sobre mi cementerio. ¡Ah, claro,
omití presentarme! Soy el enterrador del cementerio de Evans City, Butler
County, Pennsylvania.
Y créanme que un
paisaje de ángeles descabezados y lápidas destrozadas no ha sido suficiente estrago.
Según parece, con el meteorito venía un virus del espacio exterior. En la radio
están alertando a la población. Dicen que la infección hace que los muertos salgan
de sus tumbas. Suena estrafalariamente insano, concuerdo con usted, pero es cierto.
Ni me hizo falta escuchar las noticias ¡no señor! Lo ví con mis propios ojos… Cuando
se disipó el humo y el polvo, manos putrefactas comenzaron a emerger de la
tierra como frutos absurdos, esperando la cosecha. Pronto cuerpos repugnantes
iniciaron una torpe procesión.
El primero en perecer
fue el pequeño huérfano Timmy O’Malley, que se ganaba unas monedas limpiando los
monumentos funerarios. ¡Pobre Timmy! quedó paralizado por la visión de esas
fauces babeantes de vísceras y sangre. Cuando quiso correr ya era tarde. No
pude hacer nada para ayudarlo...
No le fue mejor a la
señorita Barbara O’Dea, sorprendida mientras lloraba a su prometido muerto tiempo
atrás. El sheriff O’ Callaghan vació el cargador de su revólver sobre el
difunto reverendo O’Hara quien, no obstante, siguió avanzando hasta tajarle el
cuello con una delicia macabra.
El aire se había
viciado de fetidez y por todos lados se escuchaban sollozos y aullidos. A
muchos de los caminantes ya era imposible reconocerlos por el grado de
corrupción de sus cuerpos malditos. Sin embargo, con determinación homicida
fueron devorando a todos los vivos que en mala hora acertaron atestiguar este
amanecer feroz. A todos. No queda nadie más. Soy el último y sé que el eco de
mis latidos atrae el apetito de estas bestias insaciables.
Busco refugio en el
mausoleo de los Birch. Tranco la puerta con una pala. Advierto con horror que
no ha sido la mejor elección. Ya los ataúdes empiezan a moverse con
descontrolada avidez. No tengo más arma que un candelabro. Espero que alguien
encuentre esta crónica.
En un día como hoy,
pero de 1968, tuvo lugar en Pennsylvania, el estreno mundial de la película “La
noche de los muertos vivos” una verdadera bisagra en la historia del cine de
terror. Este film del director George A. Romero sentó las bases de lo que hoy
entendemos por zombis, esos seres incontrolables, sin moral ni remordimiento
alguno, siempre hambrientos de carne humana.
© Pablo Martínez
Burkett, 2012
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