jueves, 1 de noviembre de 2012

La pared maravillosa





A medida que nos alejamos del poblado, el silencio deja paso a los susurros, los susurros se convierten en rumores, y los rumores en risas. Con indulgencia de madres, las vacas se hacen las que no nos escuchan; sus ojos redondos apenas nos miran, concentradas como van en ahuyentar las moscas que las hostigan. Nosotras hablamos de nuestros prometidos, compartimos nuestras fantasías, intercambiamos los trucos y secretos que nos enseñaron nuestras abuelas. Este es uno de ellos: el deseo crece cuando se lo amasa entre mujeres.
Así charlando, sin darnos cuenta llegamos al arroyo. Dejamos que las vacas bajen a beber y refrescarse, o retocen a su gusto entre los pastos tiernos de la orilla. Entre las últimas confidencias, siempre riendo, nos tironeamos de los saris, nos ayudamos a desenrollarlos, soltamos nuestros cabellos. Las ramas de los árboles flamean multicolores con nuestros vestidos: amarillo, naranja, rojo, turquesa, esmeralda.
El primer contacto con el agua siempre es helado. Para conjurar el frío nos salpicamos, nos abrazamos, nos zambullimos entre los lotos fragantes. Y entonces lo vemos, como si realmente estuviese ahí, multiplicado por treinta, uno para cada una de nosotras. Lo vemos y lo sentimos, que es lo mismo que si estuviera: el poseedor de todas las cosas, el amante infinito, señor del mundo y amo de los sentidos. Sus pupilas son negras como el lecho del Ganges; su piel azul oscura, del color del plomo o los nubarrones preñados de lluvia. Brilla con sombras azabache, como si estuviera untado en manteca. Su pelo es largo y huele a incienso. El goce divino: uno y treinta a la vez, palpable entre los brazos de cada una de sus pastoras. A él le dedicamos nuestros gestos y pensamientos.
Si pudiéramos asomarnos, eso mismo es lo que esperaríamos ver del otro lado de la pared que limita nuestro mundo: la misma escena variada al infinito, una y otra vez, una y otra vez, hasta llenar todo el espacio. ¿Qué otra cosa podría haber?


El 1 de noviembre de 1968 George Harrison publicó Wonderwall Music, banda de sonido compuesta para la película de ese nombre y su primer disco solista, editado cuando los Beatles todavía estaban juntos. El disco se caracteriza por su mezcla de instrumentos y sonidos orientales, sobre todo de la India, y occidentales; una música que busca llenar el espacio imaginario que se abre en la pared del arte de tapa.

María Eugenia Alcatena

1 comentario:

Anónimo dijo...

'Las ramas de los árboles flamean multicolores con nuestros vestidos: amarillo, naranja, rojo, turquesa, esmeralda.'
y
'el deseo crece cuando se lo amasa entre mujeres.'
y
'Lo vemos y lo sentimos, que es lo mismo que si estuviera'
Hermoso.