lunes, 5 de noviembre de 2012

Francamente, querida, me importa un bledo


FRANCAMENTE, QUERIDA, ME IMPORTA UN BLEDO

Juguemos a las adivinanzas... Cine... Se trata de una película, sí… en su momento fue la más costosa... Se llevó 10 Oscar de la AcademiaEn un par de años se van a cumplir 75 de su estreno... ¿Ya sé que no había nacido pero… adivinó?

Es una de las más famosas de la historia del cine… Dura 4 horas…. Ah, que no ve películas tan largas, me dice… Pero mire que está buena… ¡No, no! que no es en blanco y negro, es en color, todo un alarde de técnica para la época. Hay tiros… unas batallas increíbles y hasta le prenden fuego a toda una ciudad… Sí, hay besos… ¿pero qué quiere? … en el fondo es una historia de amor. Bueno, sí, es un culebrón de aquellos… ¿No le suena? Hablando de sonar, le doy otra pista: la musiquita seguro que la conoce, no hay fiesta de los Oscar que no la pasen en la apertura de cada bloque… ¿Adivinó? ¿Mnnno?

De qué trata la cinta, me pregunta… La acción comienza hacia 1860 en las plantaciones del sur de los Estados Unidos, en Atlanta, Georgia. Hay grandes mansiones y un lujo increíble. Sí, también hay esclavos. Sí, sí, y son negros… Ya le dije, es Estados Unidos, el Sur… fanatizados con la esclavitud al punto de ir a la guerra con los estados del norte por ese temita. No, todavía no sucedió la Guerra de Secesión, pero está ahí nomás, como quien dice, a la vuelta de la esquina. Encima, los jóvenes sureños sueñan con la gloria de la guerra. Creen que se trata de un desfile, de una fiesta, un baile.

En la película hay un montón de banquetes y bailongos, con damas ataviadas con esos vestidos fabulosos y los peinados con tirabuzones. Y ya que estamos con el componente femenino, déjeme que le diga que una de entre todas, se destaca. Lejos, es la más bella del condado. Caprichosa, apasionada; es una consumada manipuladora. En realidad no le importa nada con tal de alcanzar aquello que ambiciona. Pero como en el pecado está el castigo, no va que justo se enamora de un hombre, un buenazo pero que está comprometido con otra mujer, a la sazón, prima de esta ricura de chica, que, mientras intenta salirse con suya, no encuentra reparos en casarse con otros dos caballeros, que tienen la mal idea de ir muriéndose.

Pero, (siempre hay un pero), para complicar la cosa, aparece “el” hombre, que aunque pertenece a la clase acomodada de Charleston, Carolina del Sur, es un aventurero, un jugador, un desfachatado que tiene a todas las damas en un puño, con su sonrisa de perdonavidas, el pelo engominado y su bigote caminito de hormiga. Y para peor, no está muy de acuerdo con esto de ir a la guerra, poco menos que una cobardía para los gallardos varones sureños.

Muy bien, veo que no obstante no tiene ni idea de la película, ya anticipó el argumento: el cancherito se enamora como un adolescente de la chica mala y la chica mala, aunque se hace la rata cruel (que ambos tienen que cuidar su reputación), se termina casando con él y hasta tienen una hija, la malograda Bonnie Blue. Pero cada uno es víctima de su pasado y su fama, y la chica le hace las de Caín durante el resto de la película hasta que el tipo se cansa de andarle atrás y después de una discusión plagada de cínicos reproches, le anuncia que es su intención dejarla. La chica, que ya no lo es tanto porque pasaron unos cuantos años, le pregunta en un arresto de genuina desesperación: -Si tú te marchas ¿qué será de mí? Y sucede entonces una de las respuestas más memorables del celuloide: “Francamente, querida, me importa un bledo”. Y el ajado galán y su bigote caminito de hormiga se van para siempre.

¿Vio que se iba a acordar? ¡Sí, claro, cómo no! La película es “Lo que el viento se llevó”.

En un día como hoy, pero de 1913 nacía en Inglaterra la actriz Vivien Leigh, recordada por su papel como Scarlett O’Hara en “Lo que el viento se llevó”, papel que le valió un Oscar de la Academia y al que accedió luego de ser elegida tras un casting de más de 1.400 candidatas y para el que tuvo que modificar su inglés británico por el acento sureño.

© Pablo Martínez Burkett, 2012

 

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