Cuanta… cuanta gente valiosa ha muerto tan
pronto. Con tanta belleza y regocijo por darle al mundo. Y cuanta otra gente,
que ni siquiera debió haber nacido, disfruta de una injusta longevidad; de una
larga vida de maldad y egoísmo. Debe ser como dice el dicho: qué, “Yerba mala, nunca muere…”
Conocí a Sofía en el año 2000, justo en la noche
de año nuevo. Esa noche que estuvo iluminada más que nunca por infinidad de fuegos
artificiales. Noche que muchos ilusos, creían el fin del mundo.
Decidimos hacer algo diferente; festejar en un restaurante;
ahorrarnos platos sucios, y lisonjas de compromiso. Éramos solo tres; mi madre,
mi hermana, y yo. Fue divertido brindar y abrazarse con todos esos desconocidos
que estaban en las mesas lindantes a la nuestra. Lo pasamos mejor con ellos,
que con esa familia ocasional que veíamos solo en fiestas y cumpleaños. Pusieron
música, bailamos, gritamos, y nos reímos a más no poder. Sin dudas, ese fue el
mejor año nuevo para mí.
Hacia las dos de la mañana, casi todos los
comensales estábamos borrachos de tanto brindis infinito. Alguien apagó todas
las luces del salón; se comenzó a escuchar el canto de una mujer a capella;
luego, unos suaves arpegios de guitarra. De repente la vimos, sentada sobre una
tarima; un círculo de luz se posó sobre ella al mismo tiempo que nuestras
miradas. La canción era tan bonita que cuando terminó, nos paramos a aplaudir.
Entonces, la joven cantante se acercó al micrófono y se presentó de la
siguiente manera: “Buenas noches y felicidades para todos… mi nombre es Sofía;
y es un placer cantar para ustedes”… –hizo una breve pausa y bebió de una copa–.
“Antes de seguir, quisiera contarles algo… hace un par de semanas, me
informaron que estoy gravemente enferma; y que voy a morir antes del próximo
fin de año… por eso, comprenderán, esta
noche es muy especial para mí… ya que
será mi último año nuevo. Y quiero
compartirlo con ustedes, cantando las siguientes canciones…”. Luego sonrió;
como si nos hubiese dicho algo insignificante.
Después de semejante confesión, todos, incluso
los niños, quedamos en un silencio sepulcral. Ni siquiera aplaudimos; solo nos
quedamos mirándola boquiabiertos. Durante unos segundos, hasta los estampidos
pirotécnicos que retumbaban en la cuidad parecían haber cesado. Como si lo qué había
contado Sofía, hubiese sido escuchado por todo Buenos Aires.
Sofía no tenía más de 33 años. Era rubia,
llevaba puesta una camisa verde y holgada, y unos jeans rajados a la altura de
las rodillas. A pesar de tener una sonrisa y unos gestos encantadores, se
notaba su estado demacrado; su piel estaba pálida, y tenía unas marcadas ojeras
moradas.
Al terminar el show, que se extendió hasta las
4 de la mañana –con bíses y coros exigidos por un público enamorado–, nos
levantamos de nuestras mesas en una tremenda e interminable ovación de gritos y
aplausos. Sofía nos saludó emocionada, sonriendo y lanzándonos besos. Incluso
se tomó el atrevimiento de hacer algunos chistes negros sobre el poco tiempo
que le quedaba.
Sofía había cantado como un ángel. Su voz, casi
etérea, tan suave y melodiosa, mezclada con su historia, nos había hecho lagrimear
a todos.
Muchos se acercaron a saludarla luego del show.
Incluso varios médicos, que se ofrecieron a mirar sus estudios de manera inmediata,
y dar sus puntos de vista. Sofía se abrazaba con todos ellos, diciendo que no tenía
miedo a morir, y qué no le importaba el futuro; porque el futuro, no existía. Y
lo verdaderamente valioso para ella, era ese instante; ese presente; esa noche
de interminables muestras de cariño.
Yo me abrí paso entre la gente; y cuando llegué
hacia ella, como si se tratase de una Santa, le toqué la cabeza. Sofía me miró
con sus ojos celestes, llenos de brillo e indulgencia. No le dije nada. Solo me
quedé ahí, mirándola. Y ella, me acarició la mejilla; entendió lo que me
sucedía. Aun hoy, puedo sentir su mano tibia deslizándose por mi rostro;
apagando todo mi pesar en un instante.
Sofía murió en noviembre del año 2000. Antes,
tuve la oportunidad de verla cantar dos veces más. En el último show, a pesar
de estar mucho más enferma y débil, siguió cantando como un ángel…
No volví a festejar el año nuevo.
Un 2 de noviembre como hoy, pero de 1996, a los
33 años de edad, luego de luchar contra el cáncer, fallecía Eva Marie Cassidy. Considerada
una de las mejores cantantes del siglo XX. Que con sus originales y bellísimas
versiones de clásicos del soul y el jazz, logró eternizarse en los oídos y en
los corazones de sus admiradores. Entre los cuales, se hallan nada menos que
Eric Clapton, Sting, y Paul McCartney.
Martín Kaos
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