Esta es la historia de Francisco,
el anciano de la plaza. Conocí a Francisco a fines de los ochenta. Yo tenía
solo 15 años en aquel verano. Me reunía periódicamente a jugar al truco y a
tomar cerveza en la plaza con el viejo y algunos amigos. Nos sentábamos en una
mesa de cemento, bajo la generosa sombra de un viejo abeto encorvado; un árbol
que aun hoy subsiste, guardando en la memoria de sus raíces, todas las fábulas
que nos narraba Francisco; que fumaba como un escuerzo, y se jactaba de haber
fumado cuarenta “puchos” diarios desde que tenía 12 años. Nosotros sabíamos que
Francisco era un viejo charlatán; divagaba mucho, y se notaba que su lucidez
flaqueaba día a día; lo notábamos en sus arterias violáceas, que dibujaban
caminos bifurcados desde sus nudillos hasta sus brazos; esas venas que parecían
jeroglíficos sobre el viejo papiro de su piel; que hablaban de una vida llena
de aventuras, amores, y desamores.
Francisco decía ser hijo de un
tal Anselmo Villegas, “el octavo corredor”. Una de las historias más frecuentes
que nos relataba el veterano, era sobre la primera carrera de autos que se había
corrido en Buenos Aires, allá por el año 1901. En la que supuestamente había
participado su padre. El hecho es que en esa carrera, según las investigaciones
que fui haciendo con el paso del tiempo, no existía ningún octavo corredor; y
en ningún sitio se mencionaba a Villegas; ya que habían participado en la
competencia solo siete corredores. Dentro de los cuales se hallaba nada más y
nada menos que Marcelo Torcuato de Alvear, quien luego se transformaría en
presidente de la Argentina.
Según Francisco, su padre Anselmo
había ganado la famosa carrera. Pero había hecho trampa; Villegas había
saboteado el coche del futuro presidente. A raíz de ese sabotaje, los
organizadores decidieron omitir su participación. Aparentemente, minutos antes
de comenzar la carrera, Villegas, que ya era conocido por sus artimañas para
ganar en cualquier clase de juego, se había metido a manipular el motor del Locomóvil
que conduciría el señor Alvear; aflojando una de las cadenas del engranaje. Esta
avería provocó que poco antes de llegar a la meta, se soltase la cadena, y
Alvear se viese obligado a abandonar la carrera. Anselmo cruzó la meta en
primer lugar, seguido por Juan Caussolet, quien figura en los informes como el
ganador oficial del encuentro.
Villegas tuvo que huir abucheado
luego de que se descubriera que había dañado el auto del señor Torcuato de
Alvear. Una de las damas organizadoras del evento, lo había sorprendido
mientras toqueteaba el motor del locomóvil del futuro presidente. En ese
momento Villegas se excusó diciendo que solo estaba admirando el motor. Pero con
el resultado de la carrera, todo fue más que evidente.
La carrera estaba organizada por
la sociedad Damas de Caridad; lo recaudado iría a beneficio de asilos para
ancianos. El trofeo se trataba de una bella cigarrera que actualmente se exhibe
en el museo Juan Manuel Fangio. Pero según contaba Francisco, esa cigarrera es
solo una imitación de la original. Ya que su padre se había encargado de robar
su premio mal merecido. Una noche, sabiendo que Caussolet no se hallaba en su morada,
se metió como un bandido por una de las ventanas, y robó la cigarrera de una
repisa en donde Caussolet la tenía exhibida.
Nosotros disfrutábamos el cuento
de Francisco; nos lo contaba una y otra vez, con lujo detalles. Incluso nos
describía a la perfección aquellos primeros autos, que más que autos parecían carretas
a motor; que llevaban en vez de volante, una especie de timón; y que alcanzaban
una velocidad de 75 kilómetros por hora. Francisco lo describía todo una manera
tan exacta, que nos sentíamos como espectadores de la famosa carrera.
El último día que vi a Francisco,
se hallaba pitando de su cigarrito, apoyado contra el viejo abeto torcido. Era
un domingo tormentoso, solo estábamos él y yo en la plaza del barrio. Me
acerqué a saludarlo; se alegró al verme; me dijo: “Sabes pibe… nunca me sentí
tan vivo como hoy. Supongo que debo sentirme así porque estoy por estirar la
pata…”, explicaba con alarmante seguridad. “¡No! ¡Usted es inmortal
Francisco!”, le dije, “seguramente nos enterrará a todos; incluso a este viejo árbol…”.
Francisco me sonrió paternalmente; y mientras se metía la mano en su bolsillo
para buscar algo, murmuró: “Hasta los inmortales se cansan pibe…”. Entonces
sacó de su bolsillo aquella cigarrera plateada. “¡Pero!… ¿esa es la…?”, balbuceé
maravillado. “Si pibe, la original… y ahora, te la regalo…”, dijo, y me dio la cigarrera
que había ganado su padre Anselmo en la carrera.
Dos días después velamos a
Francisco.
Un 16 de noviembre como hoy, pero
de 1901, se llevó a cabo la primera carrera de autos de la Argentina. Siete
corredores competirían a bordo de siete prototipos mecánicos, entre los cuales
había cinco de los míticos “Locomóviles”. La carrera se efectuó en el Hipódromo
Argentino, situado en el pueblo de Belgrano, fue organizada por las Damas de
Caridad a beneficio de los hogares para ancianos. En la competencia correría
quien luego se transformaría en presidente de Argentina: Marcelo Torcuato de
Alvear; que llevando la delantera en la carrera, sufrió un desperfecto técnico
en su locomóvil y tuvo que abandonar.
Martín Kaos
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