Nos recostamos
en el parabrisas del auto, nos tomamos las manos y miramos las estrellas. A Esther
le gustaba que fuésemos al descampado, entrada la noche; donde las luces de la
ciudad no contaminaban el cielo, y todo el cosmos se veía negro y limpio. Y los
cúmulos de estrellas resplandecían como figuras de arena plateada. La cara de
la luna, la Cruz
del Sur, que siempre nos guiaba en cualquier sitio donde nos halláramos. La vía
Láctea, Andrómeda, y el millar de constelaciones esperando ser miradas;
ignoradas por cientos de humanos ocupados en sus propias cegueras.
El universo
estaba ahí, latente, con sus eternos misterios y enigmas. Para muchos, la noche
y las estrellas eran solo eso, un manto negro lleno de pequeños fulgores a los
que dedicarle momentos de amor y lujuria. La mayoría de las personas no se
ponían a pensar en las nebulosas, ni en los agujeros negros, ni en la infinidad
de destellos titilando más allá de sus coronillas. Pocos pensaban en la
probabilidad de otras formas de vida. Avanzadas o primitivas civilizaciones
flotando a la deriva, en la negra inmensidad; viviendo sus propias historias. Tal
vez habría seres iguales a nosotros, peleando por las mismas cosas que nosotros.
Tal vez, el universo era una simple maquina del tiempo, en donde flotaban
diferentes versiones del planeta tierra, en diferentes épocas… Había tantas
posibilidades… era comprensible que a mucha gente no le importase algo tan insondable
y etéreo como era el universo. Era demasiado, demasiado grande para ponerse a
pensarlo.
—Creo que todo
se rebela luego de morir… –pensé en voz alta.
Esther me miró
y no dijo nada.
—Lo único que
me atrae del suicidio es eso: la gran verdad. El “más allá” es el develamiento
de lo infinito. William Blake escribió: “Si las puertas de la percepción se
abriesen, todo se le aparecería al hombre tal como es, infinito…”
Esther volvió
a mirarme, esta vez habló.
—Esa cita no
está asociada a la muerte, sino a lo que uno puede llegar a experimentar bajo
el efecto de alucinógenos… —murmuró.
—Si… Pero no
creo que existan alucinógenos capaces de rebelar el cosmos…
—Tal vez ni la
muerte lo rebele… Quizá no deba ser rebelado; ni siquiera razonado; al menos no
con esta mente dualista que tenemos los humanos. Quizá el universo este ahí
solo para que lo contemplemos; sin preguntarnos su tamaño ni su origen, ni sus
posibles formas de vida. Creo que lo inexplicable, solo debe contemplarse sin
pensar en nada. Y en un momento, en un pequeño instante de vacío, lo vemos…
vemos Todo, la totalidad, el infinito, la caja de Pandora, Dios, o quién sea el
autor de todo este hermoso pandemónium... –explicó Esther, así de un tirón,
como si hubiese estado estudiando ese argumento durante meses.
—Verlo de ese
modo es muy espiritual –refuté–; pero no me conforma… soy humano, malditamente
humano; y no sé pensar de otra forma. No sé vaciar mi mente, no sé ignorar los
colores, ni las distancias, ni los aromas. ¡Necesito pruebas!... Pruebas comprensibles
y tangibles para mi pequeña y primitiva mente…
—No creo que
funcione así… –señaló Esther, con cierta melancolía—. Pero bueno… es tu
decisión… y te voy a acompañar adonde quiera que nos lleve...
—De niño
quería ser astrónomo; todos mis amigos querían ser bomberos, policías o médicos;
yo quería ser Astrónomo; no Astronauta, “Astrónomo”. Solo quería una respuesta; me quedaba noches
en vela, mirando por mi ventana, esperando a ver algún platillo volador
cruzando fugazmente por el firmamento. Soñaba continuamente con invasiones alienígenas,
o planetas con increíbles formas de vida; planetas con seres gigantes, o seres
diminutos… –resoplé indignado–. ¿Por qué a nadie le interesan esas cosas?... La
gente… la gente se mata por ideologías, por religiones, por fanatismos sin
sentido… ¡No le interesa en absoluto saber de que rayos se trata el
universo!... Prefieren morir luchando por pequeñeces. En vez de morir
intentando descubrir la gran verdad.
—Ya es hora…
—susurró Esther, y me besó la mejilla.
—Si… es hora…
“Dos disparos retumbaron
en la noche; el canto de los grillos cesó de repente. Dos estallidos
consecutivos”. Eso fue lo que dijeron escuchar los pueblerinos esa noche. Dos
días después, los policías encontrarían los cadáveres de una mujer y un hombre
de mediana edad sobre el capot de un auto. Ambos con los ojos abiertos,
impactados, como si hubiesen descubierto algo asombroso…
Un 9 de
Noviembre como hoy, pero de 1934, en New York, nacía Carl Sagan. Científico,
astrónomo y escritor. Carl Sagan estaba obsesionado, entre otras cosas, con la
búsqueda de vida extraterrestre. Fue mundialmente famoso por conducir la serie documental
“Cosmos”, que trataba sobre los misterios del universo. Fue galardonado con el
premio Pulitzer de literatura, por su Libro “Los Dragones del Edén”. Es
reconocido en todo el mundo por ser una de las mentes más brillantes dentro de
la ciencia astrofísica.
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