Arribamos al que
sería en adelante nuestro hogar por un río de aguas negras. A medida que nos
acercábamos el paisaje se tornaba más sombrío, más áspero, y las ondas nos susurraban
en una lengua extraña que mezclaba promesas y amenazas. Aun así seguimos
avanzando, con los colores y la pompa de nuestras velas desplegados al viento;
somos hombres y mujeres del Mediodía, nuestras tradiciones son claras y por
ellas nos regimos: las bodas se festejan con alegría, las alianzas sólo se
sellan con sangre, los pactos no se rompen.
En las
inmediaciones del castillo nos recibió un espectáculo cuidadosamente montado: a
ambas márgenes del río, hasta donde alcanzaba la vista, se alzaba un bosque de
cuerpos empalados, muchos de ellos todavía agonizantes, todos sangrientos. Era
un regalo de bienvenida que el príncipe dedicaba a su prometida. En suspenso,
observamos a mi señora salir a cubierta y beber con los ojos eso que se le
ofrecía. Ni por un instante abandonó el rubor sus mejillas. Lo miró todo: cada
mueca, cada detalle, cada mutilación.
Tres noches
después se celebraron las nupcias. En la ceremonia besé las manos de nuestro
nuevo señor. Su piel era fría y húmeda, como la de un pez fuera del agua. Me
dio escozor pensar que la mujer más hermosa de todas, la de las manos más
pequeñas que se hayan visto jamás, iba a entregarse para siempre a ese hombre
de piel verdosa y mirada oscura, que habitaba la oscuridad y el silencio.
Al día siguiente
un criado me hizo saber que por esa vez mi señora prescindiría de mis
servicios, ya que se encontraba indispuesta y guardaría cama. Su malestar se
prolongó durante varias jornadas; cuando finalmente me mandó a llamar, mientras
la ayudaba a vestirse descubrí pequeñas incisiones y cardenales en distintas
partes de su cuerpo. Nosotras crecimos y nos criamos juntas en la casa de su
padre, que también, según dicen, fue el mío; durante años compartimos juegos y
maestros, pero todo eso quedó atrás, en el tiempo cerrado de la infancia.
Conozco cuál es mi lugar y cuál es el suyo. Hice de cuenta que no había notado
nada, y seguí cumpliendo con mis tareas.
En silencio, día a
día, fui asistiendo a la transformación de mi señora. No volví a ver al
príncipe, pero descubría sus huellas. Ella se tornaba cada vez más lánguida;
alrededor de sus ojos se profundizaban las sombras, la irritaban la luz y los
ruidos fuertes. En el cuello, las muñecas y los muslos se le iban formando
entramados de cicatrices rugosas, que crecían con las heridas frescas de cada
noche. Le costaba mantenerse en pie, su piel estaba siempre fría y apenas se le
encontraba el pulso. Cada jornada que pasaba, pertenecía más al otro mundo que
a este.
Finalmente ya no
requirió de mis servicios. Dejó de mostrarse y adoptó los hábitos de su esposo.
El insomnio se
apoderó de mis noches. Yo la esperaba; confiaba en que vendría. No descansaba,
no comía, nada me distraía. Pronto yo también parecía una criatura de la
oscuridad, hambrienta y expectante, atenta a cualquier movimiento real o
ilusorio.
Mi fidelidad se
vio recompensada. Hay vínculos que trascienden todo, cualquier acontecimiento,
cualquier transformación, cualquier apariencia; vínculos profundos e
indisolubles, a veces invisibles, que conforman la verdadera urdimbre del mundo.
Su llamado a mi puerta confirmó ese vínculo, que ya desde antes era para
siempre. Y yo le abrí.
El 8 de noviembre
de 1431 nació Vlad III, príncipe de Valaquia, quien pasó a la historia como
Vlad el Empalador por la crueldad con la que trataba a sus enemigos. Actualmente
en Rumania es considerado un héroe nacional, por haber defendido con fiereza a
su país del expansionismo otomano que lo amenazaba. En este personaje histórico
se inspiró el novelista irlandés Bram Stoker, también nacido un 8 de noviembre,
pero de 1847, para escribir Drácula.
dibujo en tinta china de Germán Erramouspe
texto de María Eugenia Alcatena
texto de María Eugenia Alcatena
3 comentarios:
Tantas cosas raras pasaron en el pasado que no creo que quede ninguna fecha sin su ineludible efeméride.
Excelente texto.
Saludos
J.
Drácula es un clásico de la literatura que todavía tengo pendiente. Me encantó el texto y la ilustración, como siempre.
Sí José, es así; hay días en los que cuesta elegir.
Gracias a los dos por pasar y leer, de verdad.
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