jueves, 23 de agosto de 2012

Zulo


        Las cosas que más conozco en el mundo son dos: estas paredes y él. Él, a veces, todavía es capaz de sorprenderme. Quizás con un gesto, un regalo, o una de esas miradas opacas que cada tanto le nublan los ojos para recordarme que adentro, muy en el fondo, hay algo que se me escapa. De las paredes, en cambio, conozco cada centímetro, cada mínima imperfección. Son lisas, de concreto, y las imagino gruesas. Del otro lado no se oye nada; la tierra que las rodea se traga todos los ruidos. Los primeros días, ni bien me trajo, grité y golpeé hasta cansarme. Nada me respondió, ni siquiera el eco. De esos ataques y esa desesperación apenas quedan unas manchas deslucidas en algunos rincones. Fue la primera vez que pude observar la cara de mi raptor: en un momento la puerta de acero se abrió y entró un hombre de manos pequeñas, con un balde y un trapo. Enmudecí de inmediato; todavía estaba asustada. Él se arrodilló para lavar la sangre que habían dejado mis puños y aproveché que se había puesto a mi altura para espiarlo desde el rincón. No lo reconocí; estoy segura de que nunca antes lo había visto. Pero yo en esa época tenía diez años, era infeliz y supongo que no entendía ni notaba muchas cosas.
        Al principio, por ejemplo, creía que mi captor era dos hombres distintos. Uno severo, que me castigaba, flagelaba y obligaba a fregar casi sin ropas a pesar del frío; el otro cariñoso, retraído y educado, que se acurrucaba conmigo a leerme cada noche y me llamaba su princesa. Pero pronto me convencí de que era uno y así, desde una edad muy temprana, supe de la complejidad del mundo y las personas.
       A él también le llevó un tiempo conocerme y aceptarme como era, y más aún comprender que podía confiar en mí. Recién entonces me dejó subir a la casa. Lo primero que me deslumbró fue el sol, como si ardiera dentro de la sala; lo segundo, ver esa complejidad que yo ya conocía y quería desplegada en el conjunto de los objetos, tan particulares todos ellos, como un corazón abierto para quien quisiera verlo. Y yo estaba ahí, la única invitada, paseándome y acariciándolo todo con los ojos y los dedos.
        Unas horas después me encerró otra vez en mi celda subterránea, pero ya éramos otros. Comenzó nuestra convivencia: cada día esperaba su regreso de la oficina para subir con él a la casa, y al momento de dormir me despedía con una sonrisa hasta el día siguiente, sabiendo que el encierro era temporario y una manera de protegernos. 
       No cabe en palabras todo lo que compartimos. Es nuestro secreto, y los secretos hay que guardarlos. Hizo que se lo prometiera: “Todo esto es nuestro y de nadie más, ¿sabés? Aunque un día te vayas, me muera o las cosas cambien. Es nuestro y nos va a mantener unidos por siempre”. Yo ya sabía que era así, así que me pareció bien.
        Pero yo también tengo mi propio secreto. Ayer a la noche, cuando nos despedimos, me pareció que faltaba algo. Esperé a que se hiciera de día para comprobarlo. No me había equivocado: por primera vez, él no había echado el cerrojo al calabozo. Subí con cautela, temiendo que fuera una trampa tendida para castigarme. La casa estaba vacía; sin él, parecía muerta. Salí al jardín, crucé la calle, caminé dos, tres cuadras. Miré las caras de la gente, los autos, las vidrieras. Di media vuelta y corrí, entré y cerré la puerta atrás de mí. Observé todo como por primera vez, los muebles, los adornos, los restos del desayuno. Dejé que me inundara la ternura, esa ternura especial que causan las cosas rotas por dentro. Entonces volví a bajar y me recosté en mi celda.

        El 23 de agosto de 2006 Natascha Kampusch, una chica austríaca de dieciocho años, escapó de la casa de su secuestrador, donde había permanecido cautiva durante más de ocho años. Ya en una ocasión lo había intentado, pero había regresado antes de que su captor lo advirtiera. Aún hoy, el caso sigue presentando varios enigmas y zonas oscuras. 

dibujo de Fernando Calvi
texto de
María Eugenia Alcatena

5 comentarios:

CALVI! dijo...

Eso.

María Eugenia Alcatena dijo...

Muchas gracias por el lindo dibujín, Fer.

Si cliquean encima se hace más grande; vale la pena.

Mariana dijo...

A veces me cuesta un poco adivinar de qué se trata la efeméride. Pero esta vez, con un par de líneas ya me acordé de este caso, que en su momento me impresionó bastante. Geniales tus palabras, como siempre.

Precioso el dibujo también.

Fer Gris dijo...

Hacer algo bello de una pesadilla, qué grande! los dos, texto e imagen.Abrazos

CALVI! dijo...

Lo maravilloso de las pesadillas, además de su intensidad y diseño, es que en cualquier momento se transforman en un sueño.

Bien parados no podemos no ver la belleza que hay ahí, aún con los filos, las aristas, los dientes, el pozo y la sombra.

De nada. Gracias. Gracias. Abrazos.