viernes, 24 de agosto de 2012

El Manosanta


Nietzsche escribió: “Sin música, la vida sería un error”. Yo coincido, pero me gustaría parafrasearlo así: “Sin música y buen humor, la vida sería un error”.

Es el humor lo que nos salva, porque al reírnos, nuestro cuerpo se vuelve más saludable, aumenta nuestro ritmo cardíaco y se liberan endorfinas, provocándonos placer, fortaleciendo nuestro sistema inmune, atenuando el dolor y liberándonos de la angustia y el miedo. Sin dudas, la risa es la mejor medicina; por eso, podríamos considerar a un buen humorista, como un sanador, un terapeuta, o un… Manosanta.

Humor popular, libidinoso, improvisado, con doble sentido, diálogos hilarantes, provocaciones, y risas al por mayor. A nadie podía pasarle desapercibido un comediante así; porque su encanto conquistaba hasta el más sobrio y exquisito de los antipáticos. Desde el televidente burdo e inculto hasta el refinado e ilustrado. Una gran democracia de risotadas en la que nadie conseguía resistir la tentación cuando lo veía a él tratando de retener sus propias carcajadas en algún sketch. Cualquier cosa, cualquier ocurrencia que saliera de su boca era un deleite para el espectador. “Y, ¡si no me tienen fe!”

Yo lo conocí siendo nada menos que el Capitán Piluso; héroe entrañable que acompañaba mis meriendas, haciéndome reír a carcajadas ya desde muy pequeño. Nadie pensaría que ese personaje inocente llegaría a ser uno de los máximos exponentes del humor picante. Pero hasta eso, hasta su picardía y su obscenidad tenían algo de inocentes. Se hacía querer, brillaba. Tal vez, más allá de su ingenioso humor, su verdadero don era ese espíritu afable que se desplegaba en cada una de sus muecas inolvidables. No por nada todos sus colegas lo adoraban. No por nada su muerte absurda hizo lagrimear a casi todo el país...

Sus películas, esas en las cuales lo acompañaban siempre hermosas y esculturales vedettes, eran más bien producciones malas y con actuaciones lamentables; pero hasta el más cinéfilo erudito caía hechizado por sus cómicas desventuras en Mar del Plata de la mano de ese otro grande, su fiel aliado, Jorge Porcel. Juntos, eran como una versión satírica del gordo y el flaco. “¡Éramos tan pobres!”

En 1981, comienza a rodarse el programa humorístico “No Toca Botón”. Y es en este mítico show, en donde se darían a conocer la mayoría de sus personajes: Rogelio Roldán, Chiquito Reyes, el gobernador de Costa Pobre, el Manosanta, Álvarez, etc.

Este señor, se encargaba de demostrar que se podía hacer humor inteligente, lascivo y popular, sin caer en la chabacanería mediocre, como suelen caer muchos humoristas actuales. Me atrevo a decir que aun sin la compañía de mujeres bellas y epicúreas, hubiese tenido casi el mismo éxito y repercusión, porque “El Negro” era único en su especie, con sus gestos cancheros tan… “porteños”, con su dulce ironía y naturalidad, que muchas veces nos hacían creer que en realidad no estaba actuando, estaba siendo él mismo, sin respetar libretos ni ensayos, como si estuviese en el living de su casa.

¿Y que les diría Alberto Olmedo a quienes hoy quisieran comprar su talento con esas propuestas mediocres a las que estamos tristemente acostumbrados?... Les diría: “¡De acaaaaaaaa!”

Y si, él era el Manosanta, porque era un sanador, un promotor del buen humor que nos llenaba de dicha; y de alguna manera, al hacernos descostillarnos de la risa, nos sanaba por dentro, nos oxigenaba las células, nos hacía más felices y saludables; en fin… nos alegraba la vida.

Un 24 de Agosto de 1933, en Rosario, Argentina, nacía Alberto Orlando Olmedo. Actor y humorista inolvidable. Capocómico único e inmortal. El referente más pícaro y entrañable del humor argentino; el que se inmortalizaría con infinidad de personajes, entre los cuales sobresaldrían: “El Capitán Piluso”, “Álvarez”, y “El Manosanta”.



Pintura y texto de: Diego Martín Rotondo

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