La mar de obsesivos, por Juan Guinot.
Ser arponero, hacerse a la mar y
vivir para contarlo. De eso se trata. También de ganar algo de plata con el
fruto de tu pesca. Pero si encarás por separado a cada uno de esos marinos que
están subidos al ballenero Pequod, de lo último que te hablarán, será de plata.
Ellos sienten en el interior un
pulso que, de tan extraño para el auto - reconocimiento, resulta ser factor
común a la especie humana: obsesión. Y el punto ya no es cómo mitigar esa obsesión,
esa tracción de la sangre que puede llevarte, entre otras cosas, a desangrar.
No, el punto clave es cómo hacer para que esa suma de obsesiones enhebre, de
modo que se arme un proyecto colectivo. Entonces, nos enteramos que hay un gran
costurero, un hábil operador que logra canalizar, para su provecho, lo que cada
uno de los marinos siente. Ese artesano de timón, con una pata de carne y
hueso, y otra hecha de marfil de ballena, pondrá proa con un claro objetivo:
cazar la ballena blanca, que guarda en la panzota la pierna de carne y hueso
que el Capitán ya no luce.
La tripulación, de arpones llevar y
con varias decenas de ballenas en su haber, escucha la instrucción del Capitán
y no se preocupa demasiado por el color del objetivo, ni porque esa bestia
marina ocupe las tripas en digerir una pata de ese viejo gruñón. Ellos están
arriba del barco para matar ballenas, para eso los subieron al barco, para ello
viven. Se pliegan a la misión sin mucha preocupación y con demasiado soberbia.
¡Ay de ellos! La que les espera.
A pocas millas marinas de distancia,
el lomo blanco de la ballena parte el agua salada, suelta un chorro de vapor
que suena a vagido ensordecedor y desaparece bajo los escombros de las olas.
Todo indica que el barco ballenero
Pequod y la ballena Moby Dick están a poco de encontrarse y, por lo que puede
olerse en este aire salobre, las cosas empezarán a complicarse.
Quien escribió esta maravillosa
historia, antes de sentarse a redactarla, viajó mucho y conoció las mismísimas
puertas de la muerte. Quien escribió Moby Dick fue Herman Melville, un escritor
poco reconocido en vida, quien se metió en los insondables y terroríficos
aspectos del hombre, que superan en tamaño y potencial destructor a la famosa
ballena blanca.
Herman Melville nació en Nueva
York, el 1 de agosto de 1819.
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