jueves, 27 de septiembre de 2012

La misión



     En el Sol 84 de la misión, la base terrestre perdió el contacto con la plataforma de aterrizaje. Una última fotografía, después nada: el silencio del espacio. A lo largo de los cinco meses siguientes los técnicos intentaron restablecer las comunicaciones, hasta que finalmente se rindieron. Nunca dejaron sin embargo, durante ese lapso o después, de observar esa última fotografía, ni ella a ellos. Ampliada, escaneada, ploteada, iluminada, convertida en maqueta, la imagen se repetía por toda la base. Pronto empezaron a verla en las manchas de humedad, las sombras del follaje, sus sueños, todas partes.
Pasaron años hasta que otra misión pudo enviarse al planeta. Se asentó en las Planicies Doradas, a un centenar de metros de la plataforma anterior. Durante los primeros Soles, el nuevo robot realizó incansable las tareas de rutina para las que había sido programado: reconocimiento del material rocoso, recolección de muestras del polvo de óxido que tiñe ese otro cielo. En el Sol 34, por fin, ocurrió el hallazgo: nítidas e inconfundibles entre las piedras, las huellas de Viajera, el robot explorador perdido de la misión anterior. Huellas demasiado precisas, recientes.
El rastro activó un programa secundario en el robot recién llegado. Focalizó sus sensores en la doble línea de ruedas y la siguió, más allá del Valle de la Guerra, a través de cráteres de impacto, campos de lava y dunas de arena, sorteando pedregales y canales sinuosos. La base terrestre recibía regularmente las fotos de esta persecución esquiva, que se adentraba cada vez más en lo desconocido. En un momento el explorador volcó, obstaculizado por el cauce reseco de lo que alguna vez fuera un río. La situación requería maniobras delicadas; pasó un Sol entero hasta que el robot volvió a enderezarse. Las huellas lo estaban esperando, de bordes claros y profundos. Si hubiera tenido la capacidad, habría tenido la certeza de que Viajera había estado esperándolo; lo cierto es que algo sintió, y aceptó la invitación.
El explorador incrementó la velocidad, al borde de su potencia. Sus lentes capturaban imágenes incongruentes, cada vez más espaciadas y confusas: dunas azuladas, nubes amarillas, rostros en el polvo, túneles, cristales de hielo suspendidos en el aire, sombras borrosas. La carrera seguía, cada vez más urgente, en dirección al polo; los comandos que se le transmitían desde la base terrestre no obtenían ninguna respuesta. Los técnicos no podían hacer otra cosa que esperar sus fotografías e intentar armar el rompecabezas; sobre el piso de la sala de mandos se fue armando un dibujo incongruente y extraño, de paisajes y colores cada vez más raros capturados no sabían dónde.
Las comunicaciones se fueron deteriorando. Las últimas imágenes estaban sucias, desenfocadas o incompletas. Cuando ya creían que habían recibido la última, los sorprendió un chirrido. Ampliaron la fotografía, la retocaron y limpiaron todo lo que pudieron. En el ángulo superior derecho parecía asomar Viajera, con su doble fila de ruedas tan primitiva ahora. Ocupando el resto del cuadro, repetida una vez más, la imagen con la que soñaban todas las noches.

      El 27 de septiembre de 1997 se perdió el contacto con el Mars Pathfinder, la primera misión a Marte que incluyó un robot de eploración. Para entonces había estado transmitiendo imágenes y datos de la superficie del planeta rojo durante casi tres meses. En el 2003 el robot explorador de la misión, llamado Viajera, fue incluido en el Salón de la Fama de los Robots.

dibujo de Joaquín Bourdeu Barassi
texto de María Eugenia Alcatena

2 comentarios:

José A. García dijo...

Las historias que se han escrito gracias al Pathfinder...

Interesante texto.

Saludos

J.

María Eugenia Alcatena dijo...

Gracias y un saludo, José.