UN SIMPLE PARPADEO
EN EL TÚNEL
El tipo caminaba abrumado
por la desgracia. Ya tenía fecha de remate la casa que había heredado de sus
padres. Los del banco eran implacables. Y ni qué decir si lo pescaban los
muchachos del Turco Abel, el prestamista de Once: no le iban a dejar un hueso
sano. En la desesperación, fantaseaba con acertar una fija en Palermo y salvarse.
Y ya puesto a divagar, imaginaba que tal vez hasta le sobraran unos manguitos para
convidar un copetín a Rosana, la chica esa, de la panadería, que no le daba ni
bolilla. ¡Pero esos matungos se habían confabulado para dejarlo en la lona! Venía
de mala y no pegaba ni una carrera.
Con la “Rosa” bajo
del brazo, el tipo iba tan concentrado en sus aprietos financieros que no
advirtió que una gigantesca nube negra invadía el cielo de Buenos Aires. El día
se hizo noche. El fenómeno asustaba por lo inusual y tuvo un mal presagio. Frente
a la contingencia de empaparse, prefirió exprimir sus bolsillos exhaustos y se sumergió
en la escalera de un subte. En los túneles, una resonancia
anómala inquietaba al gentío. No tuvo mucho tiempo para indagar qué era aquello,
porque justo llegó el tren y se lanzó dentro de un vagón. Seguro que era idea
suya, pero le dio la sensación de que todos se aliviaron al poder escapar de
sonido tan extravagante. ¡Qué tiempo loco!
Pasado el momento de ansiedad, se enfrascó en la cuestión monetaria,
consultando en la revista el fixture
de las próximas reuniones hípicas. Casi ni percibió que las luces del coche parpadearon
con un raro fulgor. Fue solo un centelleo y sin embargo, alcanzó para
desencadenar lo imprevisible. Súbitamente, las ruedas empezaron a chirriar en un
aullido enloquecido y todo adquirió una velocidad vertiginosa y al mismo tiempo,
una lentitud exasperante.
Tuvo la impresión de que el tren se aventuraba por bifurcaciones
infinitas o, al menos, tan numerosas que parecían infinitas, y aunque al
principio no se dio cuenta, con cada nueva bifurcación se hizo más notorio aún aquel
eco alarmante de los corredores de la estación. De algún modo supo que ese
susurro era la concienzuda industria del universo. Los contornos empezaron a tomar
una extravagante dimensión y se sintió transportado a un estado de mansa
quietud. Las ventanillas, el rostro de los pasajeros, los carteles de un curso
de cocina, se borronearon en una mancha difusa hasta que todo se convirtió en una
única cosa. Y ya no hubo miedo ni angustia…
De repente, fue todos los vertiginosos pasados
pero también, la combinación de todos los futuros posibles. Se le mezcló la noción de
identidad con la idea de eternidad; pero como símbolos desparejos, meras
palabras vacías. Y
finalmente pudo entrever el tiempo, superpuesto y múltiple; como múltiple y
superpuesto son los varios universos. Otro parpadeo de las luces, y el tren recobró
su andar normal. Con un último envión, se detuvo en la siguiente estación del
recorrido.
El tipo se palpó para
comprobar si realmente se encontraba allí. Bajó temblando, preso
de una fiebre insana. Ya no tenía la Rosa en las manos. Todas las fisonomías le
parecían familiares. Al salir a la calle, comprobó que la ciudad era la misma
pero levemente falsificada. Él, también. A causa del evento desconocido, emergió
en uno de sus otros presentes: un presente en el que no existía la deuda con el
banco ni el prestamista con sus esbirros. Es probable que tampoco existiera Rosana.
Lamentablemente, en este universo alternativo todavía existían los hipódromos
de Palermo, San Isidro y La Plata.
En un día como hoy,
pero de 2008, los primeros protones viajaron a una velocidad inconcebible por
los 27 km de túneles del Gran Colisionador de Hadrones, ingenio instalado en el
vientre de la frontera franco-suiza, y que persigue atrapar “la partícula de
Dios” y replicar así el “Big Bang”, la explosión primera que se dice, dio origen
al Universo.
Mientras una parte de
la comunidad científica celebra el experimento, otra alza la voz para advertir sobre
los peligros de provocar un agujero negro, desplegar mundos paralelos, en fin,
desencadenar un proceso cuyas consecuencias se desconocen y que podría destruir
el planeta Tierra.
© Pablo Martínez
Burkett, 2012
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