lunes, 10 de septiembre de 2012

Un simple parpadeo en el túnel





UN SIMPLE PARPADEO EN EL TÚNEL
El tipo caminaba abrumado por la desgracia. Ya tenía fecha de remate la casa que había heredado de sus padres. Los del banco eran implacables. Y ni qué decir si lo pescaban los muchachos del Turco Abel, el prestamista de Once: no le iban a dejar un hueso sano. En la desesperación, fantaseaba con acertar una fija en Palermo y salvarse. Y ya puesto a divagar, imaginaba que tal vez hasta le sobraran unos manguitos para convidar un copetín a Rosana, la chica esa, de la panadería, que no le daba ni bolilla. ¡Pero esos matungos se habían confabulado para dejarlo en la lona! Venía de mala y no pegaba ni una carrera.
Con la “Rosa” bajo del brazo, el tipo iba tan concentrado en sus aprietos financieros que no advirtió que una gigantesca nube negra invadía el cielo de Buenos Aires. El día se hizo noche. El fenómeno asustaba por lo inusual y tuvo un mal presagio. Frente a la contingencia de empaparse, prefirió exprimir sus bolsillos exhaustos y se sumergió en la escalera de un subte. En los túneles, una resonancia anómala inquietaba al gentío. No tuvo mucho tiempo para indagar qué era aquello, porque justo llegó el tren y se lanzó dentro de un vagón. Seguro que era idea suya, pero le dio la sensación de que todos se aliviaron al poder escapar de sonido tan extravagante. ¡Qué tiempo loco!
Pasado el momento de ansiedad, se enfrascó en la cuestión monetaria, consultando en la revista el fixture de las próximas reuniones hípicas. Casi ni percibió que las luces del coche parpadearon con un raro fulgor. Fue solo un centelleo y sin embargo, alcanzó para desencadenar lo imprevisible. Súbitamente, las ruedas empezaron a chirriar en un aullido enloquecido y todo adquirió una velocidad vertiginosa y al mismo tiempo, una lentitud exasperante.
Tuvo la impresión de que el tren se aventuraba por bifurcaciones infinitas o, al menos, tan numerosas que parecían infinitas, y aunque al principio no se dio cuenta, con cada nueva bifurcación se hizo más notorio aún aquel eco alarmante de los corredores de la estación. De algún modo supo que ese susurro era la concienzuda industria del universo. Los contornos empezaron a tomar una extravagante dimensión y se sintió transportado a un estado de mansa quietud. Las ventanillas, el rostro de los pasajeros, los carteles de un curso de cocina, se borronearon en una mancha difusa hasta que todo se convirtió en una única cosa. Y ya no hubo miedo ni angustia…
De repente, fue todos los vertiginosos pasados pero también, la combinación de todos los futuros posibles. Se le mezcló la noción de identidad con la idea de eternidad; pero como símbolos desparejos, meras palabras vacías. Y finalmente pudo entrever el tiempo, superpuesto y múltiple; como múltiple y superpuesto son los varios universos. Otro parpadeo de las luces, y el tren recobró su andar normal. Con un último envión, se detuvo en la siguiente estación del recorrido.
El tipo se palpó para comprobar si realmente se encontraba allí. Bajó temblando, preso de una fiebre insana. Ya no tenía la Rosa en las manos. Todas las fisonomías le parecían familiares. Al salir a la calle, comprobó que la ciudad era la misma pero levemente falsificada. Él, también. A causa del evento desconocido, emergió en uno de sus otros presentes: un presente en el que no existía la deuda con el banco ni el prestamista con sus esbirros. Es probable que tampoco existiera Rosana. Lamentablemente, en este universo alternativo todavía existían los hipódromos de Palermo, San Isidro y La Plata.
En un día como hoy, pero de 2008, los primeros protones viajaron a una velocidad inconcebible por los 27 km de túneles del Gran Colisionador de Hadrones, ingenio instalado en el vientre de la frontera franco-suiza, y que persigue atrapar “la partícula de Dios” y replicar así el “Big Bang”, la explosión primera que se dice, dio origen al Universo.
Mientras una parte de la comunidad científica celebra el experimento, otra alza la voz para advertir sobre los peligros de provocar un agujero negro, desplegar mundos paralelos, en fin, desencadenar un proceso cuyas consecuencias se desconocen y que podría destruir el planeta Tierra.
© Pablo Martínez Burkett, 2012

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