Akira termina
de vestirse y corre contento, repiqueteando con sus sandalias de madera contra
los ladrillos del patio. Cuando llega a la puerta sucede lo inesperado: el
cielo, brillante y soleado, se deshace en cortinas de agua, una lluvia súbita y
copiosa que parece generarse de la nada, en el azul del aire. Akira se detiene
bajo el techo que protege la entrada. Cada gota resplandece con un pedazo de
sol, como si llovieran destellos. Desde debajo de una sombrilla, su mamá le
prohíbe que salga con ese clima. Pero es en vano, él ya fue capturado por el
encanto y espera a que las tareas domésticas alejen a su madre para escapar.
Se adentra en el bosque. Se pasea entre los
árboles; en lo alto, el ramaje espeso filtra y difumina la lluvia, volviéndola
casi impalpable, una bruma etérea, un fantasma. Lo único que se escucha es el
rumor de ese fantasma, y más arriba, lejos, el agua entre las hojas. Akira
sigue caminando hasta perderse.
De pronto, se
topa con algo que parece un sendero. De entre la bruma se recortan unas figuras
extrañas, las notas sostenidas de una flauta, el pulsar acompasado de un tambor.
El nene se abraza al tronco de un árbol lo suficientemente ancho como para
ocultarlo; ya es demasiado tarde para huir. Por el camino avanza, solemne, una
procesión. Al frente marchan los novios, ataviados con las ropas propias de la
ceremonia. Cada vez que la música enmudece, se detienen también.
A medida que
se acercan, Akira puede discernir mejor sus rostros. Son zorros, no cabe duda;
sus facciones asoman puntiagudas bajo los tocados. Incapaz de cerrar los ojos o
apartar la mirada, Akira aprieta los labios y contiene la respiración. Parece
que va a lograrlo, que va a pasar desapercibido, pero de repente, como si
hubieran recibido una alerta invisible (y tal vez fue así, ya que son zorros:
el aire no tiene secretos para sus narices), la procesión entera gira al
unísono y lo enfrenta.
Akira corre,
huyendo del bosque esta vez. Todo el mundo sabe que los zorros odian ser vistos
y no toleran a los entrometidos. A Akira le gustaría limpiar sus ojos pero no
puede, así que corre más fuerte, tanto como se lo permiten sus sandalias.
Finalmente los árboles se apartan y ve abrirse ante él el cielo. Ya no llueve.
Llega casi
sin aliento a la puerta de su casa. En el umbral lo aguarda su madre,
cerrándole el paso. Le entrega un obsequio que dejaron para él los zorros y
cierra la puerta tras de sí. Ya no puede dejarlo entrar.
Akira gira
entre las manos su regalo. Se trata de una espada pequeña, forjada a su medida;
una invitación a morir de manera honrosa, por su propia mano.
Con este cuadro concluye el sueño. Tal vez no se interrumpe sin más sino que se diluye en otro
relato que enseguida lo desplaza; o tal vez se disuelve en ese estado confuso que
precede a la vigilia, para subsistir después, en el mejor de los casos, en
forma de jirones más o menos inconexos en la memoria. Como sea, hasta aquí
llega nuestra historia.
En este punto
se abren muchas posibilidades: Akira, un pequeño niño japonés educado en la
tradición del honor y el deber, acepta su destino y comete seppuku, evitando traer más deshonra a su familia y las
generaciones futuras; Akira parte en busca de los zorros, con la firme
intención de pedirles perdón; Akira intenta comenzar una nueva vida como
vagabundo, lo que aviva la furia de las raposas mágicas, y muere a dentelladas; Akira
se topa en el bosque con unos bandidos que cortan sus manos y sus pies, sólo
para divertirse, y lo abandonan a las fieras; Akira enamora a la princesa de
los zorros y se casa con ella; etc. Pero estos son otras historias posibles, no
nuestro sueño de hoy, que ya terminó.
El 6 de septiembre
de 1998 murió Akira Kurosawa, gran director de cine japonés. Entre sus obras se
encuentran Los siete samuráis, Rashomon,
Ran, Trono de Sangre, Kagemusha o Dersu Uzala. El texto de hoy recrea la
primera de las ocho historias que conforman su película Sueños.
dibujos de Joaquín Bourdeu Barassi
texto de María Eugenia Alcatena
texto de María Eugenia Alcatena
1 comentario:
¡Gracias Joaco! Están buenísimos.
Cliqueen en los dibujos, así los ven más grandes.
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