A mitad del almuerzo del domingo
dije que había vuelto a ver a Capa de tierra sobre la barranca del río. Los
cubiertos de mamá golpearon sobre su
plato cargado con puchero de gallina y me encaró: “Cortála con esa historia”. Bajé de la silla, levanté mis cubiertos de la
mesa. Papá en silencio, no le quitaba los ojos a la comida. A él no lo
conmovían mis historias cuentos de esa tierra suspendida en el aire que
envolvía una cabeza de pelos negros y que se aparecía en la costa de enfrente del
río.
Esa misma tarde me fui a pescar.
Caminé casi una hora costeando, en dirección del Oeste y aparecieron las
barrancas de casi dos metros, mi lugar preferido. Desde la altura tiré a la
costa mi caña y el tachito con las lombrices que había sacado del gallinero. Me
lancé en trampolín por la pendiente de tierra floja y, a la vera del río, me
reencontré con mis cosas.
La tarde de primavera venía
ventosa. Los sauces de la otra costa golpeaban con sus ramas el río y salpicaban a las tortugas
echadas al rayo de sol. Los juncos
frenaban la correntada y mi boya ni se movía. Solo el sedal hacía panza en el
aire cuando venía una racha de viento.
Clavé la caña en la arcilla y,
para matar el tiempo, me puse a tirar piedras a la barranca de enfrente. Fue
cuestión de segundos, pero mientras la potencia de mi brazo confluía con la superficie jabonosa de la piedra en mi
palma, mi mirada descubría que, sobre la barranca de enfrente, se
corporizaba Capa de tierra y, lo peor,
mi piedra, siguió por sobre la barranca y perforó al aparecido.
Pensé en escapar, pero Capa de
tierra me habló con voz de trueno: “¡Sabandija!”. Un frío recorrió mi espalda.
En ese momento la boyita de corcho empezó a dar vuelta en círculos, la tanza
estaba tensa y la caña de tacuara se
curvaba. Me afirmé a la caña. El viento empezó a soplar enfurecido y las ramas
de los sauces latigueaban sobre la corriente y empapaban los caparazones con
las cabezas de las tortugas metidas en ellos. Mi presa hacía fuerza, clavé los
talones y un nuevo tirón me llevó a sentarme de traste y meter los pies en el
agua, pero nunca solté la caña. Mis talones, bajo el agua, se clavaron en la
costa, tiré con fuerza de mi caña y una anguila con cabeza de ratón saltó del
río prendida a mi anzuelo, escribió una “ese” en el aire y su lomo espejó el
destello anaranjado de la tarde. Cayó de nuevo al agua, nadó con fuerza, me
doblé al medio, besé con mis labios el río cuando una mano firme me agarró de
los fundillos y me llevó para la
barranca. Mi puño apretaba la mitad partida de mi caña de tacuara y la otra
mitad flotaba contra corriente a la velocidad de una flecha.
Achicando el cuello para prever
algún castigo mágico, oí, “¿Te lastimaste?”, era la voz de quien me había
gritado, desde la barranca. Torcí el pescuezo y la cara del aparecido: el Capa
de tierra era el director de la escuela municipal, Florentino Ameghino.
Florentino Ameghino, fue director
de la escuela municipal de Mercedes. En las costas del río Lujan efectuó
grandes hallazgos arqueológicos. Florentino Ameghino nació un día como hoy, del
año1854.
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