miércoles, 19 de septiembre de 2012

Capa de Tierra, por Juan Guinot




A mitad del almuerzo del domingo dije que había vuelto a ver a Capa de tierra sobre la barranca del río. Los cubiertos de mamá golpearon  sobre su plato cargado con puchero de gallina y me encaró: “Cortála con esa historia”.  Bajé de la silla, levanté mis cubiertos de la mesa. Papá en silencio, no le quitaba los ojos a la comida. A él no lo conmovían mis historias cuentos de esa tierra suspendida en el aire que envolvía una cabeza de pelos negros y que se aparecía en la costa de enfrente del río.
Esa misma tarde me fui a pescar. Caminé casi una hora costeando, en dirección del Oeste y aparecieron las barrancas de casi dos metros, mi lugar preferido. Desde la altura tiré a la costa mi caña y el tachito con las lombrices que había sacado del gallinero. Me lancé en trampolín por la pendiente de tierra floja y, a la vera del río, me reencontré con mis cosas.
La tarde de primavera venía ventosa. Los sauces de la otra costa golpeaban con sus  ramas el río y salpicaban a las tortugas echadas al rayo de sol.  Los juncos frenaban la correntada y mi boya ni se movía. Solo el sedal hacía panza en el aire cuando venía una racha de viento.
Clavé la caña en la arcilla y, para matar el tiempo, me puse a tirar piedras a la barranca de enfrente. Fue cuestión de segundos, pero mientras la potencia de mi brazo confluía con  la superficie jabonosa de la piedra en mi palma, mi mirada descubría que, sobre la barranca de enfrente, se corporizaba  Capa de tierra y, lo peor, mi piedra, siguió por sobre la barranca y perforó al aparecido.
Pensé en escapar, pero Capa de tierra me habló con voz de trueno: “¡Sabandija!”. Un frío recorrió mi espalda. En ese momento la boyita de corcho empezó a dar vuelta en círculos, la tanza estaba tensa y  la caña de tacuara se curvaba. Me afirmé a la caña. El viento empezó a soplar enfurecido y las ramas de los sauces latigueaban sobre la corriente y empapaban los caparazones con las cabezas de las tortugas metidas en ellos. Mi presa hacía fuerza, clavé los talones y un nuevo tirón me llevó a sentarme de traste y meter los pies en el agua, pero nunca solté la caña. Mis talones, bajo el agua, se clavaron en la costa, tiré con fuerza de mi caña y una anguila con cabeza de ratón saltó del río prendida a mi anzuelo, escribió una “ese” en el aire y su lomo espejó el destello anaranjado de la tarde. Cayó de nuevo al agua, nadó con fuerza, me doblé al medio, besé con mis labios el río cuando una mano firme me agarró de los fundillos y  me llevó para la barranca. Mi puño apretaba la mitad partida de mi caña de tacuara y la otra mitad flotaba contra corriente a la velocidad de una flecha.
Achicando el cuello para prever algún castigo mágico, oí, “¿Te lastimaste?”, era la voz de quien me había gritado, desde la barranca. Torcí el pescuezo y la cara del aparecido: el Capa de tierra era el director de la escuela municipal, Florentino Ameghino.
Florentino Ameghino, fue director de la escuela municipal de Mercedes. En las costas del río Lujan efectuó grandes hallazgos arqueológicos. Florentino Ameghino nació un día como hoy, del año1854.

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