jueves, 13 de septiembre de 2012

Pesadilla



     Las suelas de las zapatillas resuenan magnificadas contra el asfalto. Jack mira para los costados, se acomoda el jopo: no hay nadie. Las calles están vacías, nada se mueve detrás de las ventanas. Sigue caminando. Girando una esquina de pronto aparece, impensada, una feria de atracciones iluminada por lamparitas de colores. También está desierta; Jack se pasea entre las carpas y los juegos inmóviles, esquiva o patea los papeles, los algodones de azúcar, las guirnaldas y los pocholos pisoteados en el suelo. Todo está ligeramente sucio y gastado.
     Una casilla lo atrae; por los bordes de la ventanilla chorrea sangre espesa. No sabe por qué, pero no lo puede evitar, pide una entrada. Desde la oscuridad de la cabina asoman unas garras de metal que se la deslizan sobre el mostrador.
     Jack se sube al trencito y comienza el recorrido. Se abre el primer par de puertas: lo envuelven paredes palpitantes de carne, sangre y tejidos, y un olor que le da náuseas. Cada vez más rápido, el coche atraviesa el segundo par de puertas: a su alrededor, escenas de crueldad y tortura, miembros amputados, llantos de dolor. Todo demasiado rápido como para llegar a discernir nada, empastándose unas con otras. Hay un chirrido en el aire, y a medida que la velocidad aumenta se vuelve más alto, más agudo y estridente. Jack siente que los oídos se le hinchan, les crecen púas, le perforan el cerebro, están por reventar. Tercer par de puertas. El tren se lanza a toda carrera contra una pared de ladrillos. Jack espera que el mecanismo se active, que la pared se abra, se alce, se corra a un costado, pero nada. La pared sigue ahí.
     En el instante en que el coche se estrella y deshace contra los ladrillos, Jack se despierta gritando en su cama. Asoma el pie para ir al baño, pero no hay piso y cae, cae, cae. Aterriza sobre una superficie tenue, elástica y pegajosa. Mientras intenta ponerse de pie, ve flotando contra la bóveda del lugar un centenar de globos amarillos, rojos y violetas; en su interior se traslucen los cadáveres de todos los chicos desaparecidos de Springwood. La telaraña tiembla; corriendo sobre su red, avanza hacia Jack una tarántula inmensa y peluda, batiendo sus mandíbulas. Jack hurga desesperado en su campera de jean y arroja lo primero que encuentra. La araña estalla en mil fragmentos, salpicándolo todo con una baba verde y viscosa. Sin perder un momento, las mismas garras de antes asoman por un costado y cortan las puntas del tejido.
      Jack vuelve a caer.
   Se suceden distintos escenarios. Jack esquiva sierras eléctricas, asesinos enmascarados, seres queridos vueltos de la tumba, muñecos diabólicos, cenobitas, gemelas fantasmales, payasos de dientes filosos, garfios oxidados, manchas depredadoras, híbridos de secreciones corrosivas.
     Por último, llega al caserón clausurado que todos en Springwood evitan. Abre la última puerta, la que conduce al sótano. Su anfitrión lo espera tamborileando con sus garras metálicas sobre la mesa.

      El 13 de septiembre de 1991 se estrenó Pesadilla 6: la muerte de Freddy, una película con más humor que terror y un argumento bastante tirado de los pelos. No fue -desde ya- la última aparición de Freddy en la pantalla grande.

dibujo de Ricardo de Luca
texto de María Eugenia Alcatena

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