En el Sol 84 de la misión, la base terrestre perdió el contacto con la plataforma de aterrizaje. Una última fotografía, después nada: el silencio del espacio. A lo largo de los cinco meses siguientes los técnicos intentaron restablecer las comunicaciones, hasta que finalmente se rindieron. Nunca dejaron sin embargo, durante ese lapso o después, de observar esa última fotografía, ni ella a ellos. Ampliada, escaneada, ploteada, iluminada, convertida en maqueta, la imagen se repetía por toda la base. Pronto empezaron a verla en las manchas de humedad, las sombras del follaje, sus sueños, todas partes.
Pasaron años hasta
que otra misión pudo enviarse al planeta. Se asentó en las Planicies Doradas, a
un centenar de metros de la plataforma anterior. Durante los primeros Soles, el
nuevo robot realizó incansable las tareas de rutina para las que había sido
programado: reconocimiento del material rocoso, recolección de muestras del
polvo de óxido que tiñe ese otro cielo. En el Sol 34, por fin, ocurrió el
hallazgo: nítidas e inconfundibles entre las piedras, las huellas de Viajera,
el robot explorador perdido de la misión anterior. Huellas demasiado precisas,
recientes.
El rastro activó un
programa secundario en el robot recién llegado. Focalizó sus sensores en la
doble línea de ruedas y la siguió, más allá del Valle de la Guerra, a través de
cráteres de impacto, campos de lava y dunas de arena, sorteando pedregales y
canales sinuosos. La base terrestre recibía regularmente las fotos de esta persecución
esquiva, que se adentraba cada vez más en lo desconocido. En un momento el
explorador volcó, obstaculizado por el cauce reseco de lo que alguna vez fuera
un río. La situación requería maniobras delicadas; pasó un Sol entero hasta que
el robot volvió a enderezarse. Las huellas lo estaban esperando, de bordes
claros y profundos. Si hubiera tenido la capacidad, habría tenido la certeza de
que Viajera había estado esperándolo; lo cierto es que algo sintió, y aceptó la
invitación.
El explorador incrementó
la velocidad, al borde de su potencia. Sus lentes capturaban imágenes
incongruentes, cada vez más espaciadas y confusas: dunas azuladas, nubes
amarillas, rostros en el polvo, túneles, cristales de hielo suspendidos en el
aire, sombras borrosas. La carrera seguía, cada vez más urgente, en dirección
al polo; los comandos que se le transmitían desde la base terrestre no obtenían
ninguna respuesta. Los técnicos no podían hacer otra cosa que esperar sus
fotografías e intentar armar el rompecabezas; sobre el piso de la sala de
mandos se fue armando un dibujo incongruente y extraño, de paisajes y colores
cada vez más raros capturados no sabían dónde.
Las comunicaciones
se fueron deteriorando. Las últimas imágenes estaban sucias, desenfocadas o
incompletas. Cuando ya creían que habían recibido la última, los sorprendió un
chirrido. Ampliaron la fotografía, la retocaron y limpiaron todo lo que
pudieron. En el ángulo superior derecho parecía asomar Viajera, con su doble
fila de ruedas tan primitiva ahora. Ocupando el resto del cuadro, repetida una
vez más, la imagen con la que soñaban todas las noches.
El 27 de septiembre de 1997 se perdió el contacto con el Mars Pathfinder, la primera misión a Marte que incluyó un robot de eploración. Para entonces había estado transmitiendo imágenes y datos de la superficie del planeta rojo durante casi tres meses. En el 2003 el robot explorador de la misión, llamado Viajera, fue incluido en el Salón de la Fama de los Robots.
El 27 de septiembre de 1997 se perdió el contacto con el Mars Pathfinder, la primera misión a Marte que incluyó un robot de eploración. Para entonces había estado transmitiendo imágenes y datos de la superficie del planeta rojo durante casi tres meses. En el 2003 el robot explorador de la misión, llamado Viajera, fue incluido en el Salón de la Fama de los Robots.
dibujo de Joaquín Bourdeu Barassi
texto de María Eugenia Alcatena
texto de María Eugenia Alcatena
2 comentarios:
Las historias que se han escrito gracias al Pathfinder...
Interesante texto.
Saludos
J.
Gracias y un saludo, José.
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