viernes, 7 de septiembre de 2012

Moon, el Chiflado...



Los tipos rebeldes… siempre he sentido empatía por ellos. Por esos que siempre estaban ideando algún tipo de barbaridad. Desde mis siete u ocho años, el destino se encargó de colocarlos en mi camino; en el colegio, en la plaza, en el club, en donde fuese. Y muchos de ellos se volvían mis mejores amigos. Para mí, los rebeldes eran auténticos, honestos; eran más confiables que los niños bien educados que intentaban pasar por aplicados y correctos. De estos últimos me alejaba, me daban mala espina; porque eran obsecuentes, perfeccionistas, metódicos y demasiado pulcros; seguramente, serían futuros tiranos.

Erráticos, destructivos, conflictivos, caóticos; así eran mis amigos en mi infancia y adolescencia; y así son mis amigos actualmente, pero solo los mejores. ¿Por qué? No lo sé; química supongo. Incluso los artistas que admiro fueron seres bastante revoltosos. No tengo dudas de que si me hubiese tocado vivir en Londres, en la década del 70, y me hubiese cruzado con el chiflado Moon, nos habríamos hecho buenos amigos.

Moon fue un tipo inquieto y rebelde desde niño. Amaba la música, y sobre todo, amaba un instrumento: “La Batería”. En la escuela secundaria, un profesor de arte lo catalogó como “Retardado artísticamente, idiota en otros aspectos”. Que paradójica resultó esa cruel descripción; aquel ignorante no tenía idea que estaba refiriéndose a quien se transformaría en uno de los mejores bateristas de la historia.

En algún momento de mi vida, yo también fui catalogado de retardado e idiota. A los doce años tuve una profesora de guitarra que les envío una nota a mis padres en la cual les manifestaba sin piedad, que su hijo no tenía aptitud musical alguna, que jamás podría tocar la guitarra ni ningún otro instrumento. También resulta paradójico que yo haya terminado siendo guitarrista.

Afortunadamente, ni Moon ni yo nos dejamos influir por tales etiquetas. De eso se trataba la rebeldía, de ir en contra de las reprobaciones de los otros. Bastaba que alguien nos dijese que no servíamos para algo, como para que nos encaprichemos con ello, y lo intentásemos hasta lograrlo. Lo que yo creo, es que tanto mi profesora, como el profesor de Moon, no tenían aptitudes para distinguir el talento.

Yo, lamento decir, lejos estoy de ser el mejor de los guitarristas. Pero tengo cierta habilidad con las seis cuerdas, y es suficiente para mí. Moon fue por todo. Inventó una nueva manera de tocar su instrumento, se encargó de fusionar su locura, de expresarla a través de bombos, redoblantes y platillos. Marcando ritmos furiosos y acompasados. Si uno escuchaba su batería sin conocerlo, podía suponer que detrás de ella se hallaba un genio desquiciado; o un extraterrestre.

Era muy común que luego de cada show, Moon destrozase su instrumento, o que lo hiciera “explotar” literalmente. Así como hacia explotar también los baños de los hoteles en cada una de las giras que hacía con su banda. Moon era un adicto a las explosiones, su meta era despedazar todo lo que se cruzase en su camino. Amaba los explosivos; comenzó lanzando “bombas cereza” en los retretes, y no conforme con el caos provocado, decidió utilizar cartuchos de dinamita para cada acto terrorista.

Moon era tan talentoso, que hasta sus travesuras vandálicas eran festejadas por sus admiradores. Además de dinamitar su instrumento, en una ocasión, llegó a utilizar tambores de acrílico transparente, que rellenaba con agua para luego echarles peces de colores adentro, transformando su batería en una estrepitosa y llamativa pecera. Así de loco y ocurrente era. Y así dejó su huella gigante en la historia del rock and roll.

Moon vivió poco, pero vivió fuerte. Fue rebelde, travieso y salvaje. En pocas palabras, fue un auténtico rocanrolero.

Un 7 de septiembre como hoy, pero de 1978, en Londres, a los 32 años, luego una sobredosis de sedantes, moría Keith Moon, uno de los bateristas más geniales y excéntricos del rock. El integrante más chiflado de la legendaria agrupación “The Who”



Texto y Pintura: Diego Martín Rotondo

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