RECUPERAR LAS RAICES
Lo despertó un rayo
de sol. Pensó que estaba amaneciendo. Le costó un rato entender que era el
ocaso. No había dormido tanto. O sí. Sentía en sus huesos el peso de un sueño
eterno. Hacía años que no lo asaltaba esa sensación abrumadora, ese ahogo al
respirar. Gabriel hizo memoria.
La primera vez que se
sintió así fue cuando su madre decidió no hablarle más. Un castigo excesivo,
sin dudas, pero no desde la asfixiante perspectiva de una idishe mame. Es que Shoshana, que así se llamaba la autora de sus
días, siempre quiso que fuera un Hasan, la persona que guía los cantos y lleva
el orden de los rezos en la sinagoga. Que su único hijo varón hubiera decidido
estudiar otra cosa, ¡con esa voz!, pero que además… que pensara mudarse desde
su Moises Ville natal a Buenos Aires, directamente, ¡era un sacrilegio! Saúl, su
padre, era un hombre bueno, que siempre lo apoyó. Ambos se miraron, anticipando
la escena. Su madre se turnó con la bove Rivka,
para montarle escenas que iban desde el llanto hasta el desmayo, desde el grito
lastimero hasta la abierta manipulación. Pero Gabriel igual se fue.
Vivir en la gran
ciudad no resultó fácil, pero finalmente se recibió de psicólogo. Y más allá
del enojo de su madre y su abuela, siguió respetando las tradiciones. No es que
fuera un fanático ortodoxo, pero asistía con regularidad al templo, cumpliendo
con las festividades religiosas y observaba los mitzvot, los numerosos mandamientos de la religión judía. Y no lo
hacía por un mandato infantil sino como una decisión adulta de identidad y
pertenencia.
La segunda vez que
sintió angustia semejante fue cuando se enteró que por una malformación
congénita, necesitaba una operación de corazón. Los médicos le dijeron que
tenía un 50 y 50 de chances. Y si sobrevivía, le iba a quedar el pecho partido
al medio, como un animal sacrificado en el altar de un dios sordo y mudo. La
desgracia le permitió recuperar el diálogo con su familia, pero lo llevó a
renegar de su fe. Había sido toda la vida un hombre piadoso ¿y así le pagaba Dios
su devoción? Y aunque se padre puso todo el empeño, no hubo ejemplo de la Torá que
lograra disuadirlo. Esa vez, esa vez, el llanto de su madre fue genuino.
Sobrellevó con éxito
la operación pero igual abdicó de su religiosidad. Y se mudó a Nueva York, para
olvidarse de todo, aún de quien había sido. Y fue un profesor más, en una oscura
cátedra de una no menos oscura universidad. Pero no halló la liberación que
buscaba. Fue otra forma de extraviarse, de vagabundear sin sentido.
Hasta que el viernes
pasado, a la tardecita, subía distraído por las escalinatas de la Biblioteca de
Nueva York. Una anticipación del otoño lo obligó a calarse un gorro de lana
hasta las orejas. Llevaba la barba de varios meses. Absorto con sus pensamientos,
se chocó con alguien que bajaba. Con la típica cortesía noyorkina, el otro
muchacho rápidamente se excusó y al mirarlo, agregó: ¡Shabat Shalom!, el saludo
ritual para el inminente sábado.
Al principio se
sorprendió. Había procurado borrar toda posibilidad de identificación. No se
imaginó cómo o por qué le había dicho eso. Al volver la vista, la maraña de
gente que camina a esa hora por la 5° Avenida y la calle 42 ya se lo había
engullido. Sin embargo, fue como si ese muchacho hubiera pronunciado las
palabras de un hechizo liberador, porque empezó a escuchar el llamado de la
sangre, las infinitas voces de un pueblo milenario que lo aguardaba con
paciencia y delicadeza.
Con el advenimiento
del fin de semana, la ciudad se preparaba para celebrar Rosh Hashaná, el inicio
del año judío, celebración que contiene la vida y el sustento de todo el ciclo
por venir. Y es una de las tantas oportunidades de volver a Dios. Gabriel
recordó su infancia, su educación, su credo. Y lloró, pero con lágrimas de
felicidad. Así se durmió. Se despertó dos días después, cuando el último rayo
de sol se escondía tras el perfil dorado de los edificios.
En algún lado, creyó
escuchar el sonido del Shofar, trompeta
hecha con el cuerno de carnero que, conforme es creencia, Dios hará sonar, como
el pastor que agrupa a su rebaño, convocando a todo el pueblo disperso para
iniciar el regreso a la Tierra Prometida. Y entonces Gabriel, escuchó la voz de
su Dios.
Hoy es el segundo día de la
fiesta de Rosh Hashaná, el año nuevo judío. Todas las festividades del
pueblo hebreo comienzan con la puesta del sol del día anterior a la fecha
indicada. Para estas fechas señaladas, los miembros de la colectividad judía se
desean "Que seas inscrito y
sellado para un buen año, para una buena vida". No importa en qué crea
cada quién. Ni siquiera si cree en algo. Siempre es bueno que nos deseemos
estar anotados entre los que van a tener un buen año. Siempre es un buen día
para volver a eso.
© Pablo Martínez Burkett, 2012
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