EL DIA QUE NUNCA OCURRIO
Edwin MacArthur es escocés. Un escocés de los de antes. Bueno, esto no debería llamarnos la atención, pues ha nacido a principios de 1700, en las Highlands, las Tierras Altas de Escocia. Aunque es un pastor analfabeto, es de noble cuna pues pertenece a un clan cuya estirpe se pierde en la bruma de los tiempos.
Los MacArthur se proclaman herederos de la tribu de los escotos y descendientes del mismísimo Rey Arturo. En sus venas, la sangre celta borbotea con latidos que son ecos de palabras ya olvidadas, pero que significan valentía, arrojo, insolencia... Por las noches, junto a la hoguera, aún se cuentan las historias de los bravos guerreros que, llevando por única armadura sus cuerpos tatuados, dieron fiera contienda a los romanos hasta vencerlos. Estos héroes indomables también se enfrentaron a los Normandos, los pérfidos hombres del norte, que llegaron con sus barcos-dragón y su vocación por la rapiña y la destrucción. Pero esa fue otra guerra.
Aunque convertidos al cristianismo hace más de mil años, su familia todavía acata el designio de los druidas, los magos que pueden trasmutar lo visible, pero sobre todo, lo invisible. Edwin cree con fe verdadera en los seres elementales que moran en los cuatro elementos y de la misma manera que reverencia a las piedras sagradas, cree en la fuerza vital del bosque y en los antiguos dioses. Por eso mismo, su pueblo ya está entregado a los preparativos de Samhain, la fiesta que tendrá lugar en menos de dos meses.
Samhain es la festividad de la Naturaleza. Es la más importante de todo el calendario celta porque es el ritual de la Tierra que se prepara para su descanso invernal, que por esas latitudes dura casi medio año.
Como es costumbre, el festejo comienza la última noche de octubre, que es cuando se hace más débil el velo que separa el mundo de los vivos del inframundo, la morada de los muertos. Y gracias a este encantamiento transitorio, los que ya partieron pueden visitar a sus deudos, quienes a fin de que no se extravíen, prenden velas en calabazas ahuecadas que van dejando por el camino. La Iglesia, se ha apropiado de la celebración y ahora quiere que sea en recordación de todos los fieles difuntos. Pero Edwin y los suyos, mantienen el apego por la verdadera religión. Por eso todas las tribus y clanes están muy agitadas desde que se supo la notica.
Y la noticia no es otra que la decisión del Rey Jorge, que quiere cambiar los días del calendario. Los cobardes y serviles que nunca faltan dicen que hace doscientos años que todo el resto del mundo ya se rige por el calendario de un Papa de Roma. ¿Pero qué son doscientos años en la vida de un pueblo milenario?
Si cambian el calendario, van a desaparecer los días que preceden a la celebración de la vida y la muerte, la última cosecha, el recuerdo de los ancestros... ¿Qué clase de herejía es esa? Los escoceses no lo van a permitir. Menos de un rey que ni siquiera ha nacido en las islas británicas.
Edwin hace sonar el cuerno llamando al concilio de los clanes. Es momento de desenterrar escudos, hachas y espadas. Es momento de evitar un nuevo expolio de la Corona. Esta vez no será de tierras, sembradíos ni riqueza. Esta vez quieren robarles el tiempo.
En un día como hoy, pero de 1752, en Gran Bretaña y todos los dominios de ultramar, se sustituyó el calendario juliano (de la época de los romanos) por el calendario gregoriano, llamado así porque fue obra del Papa Gregorio XIII. Como consecuencia de esta decisión, el 3 de septiembre de 1752 nunca existió porque el 14 de septiembre sucedió al 2 de septiembre. La gente se amotinó enardecida, en la convicción de que el gobierno de Su Majestad, le había robado 11 días de sus vidas.
© Pablo Martínez Burkett, 2012
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