lunes, 24 de septiembre de 2012

Sin el permiso del Rey





SIN EL PERMISO DEL REY
Yo quería plantar un árbol. Quería plantar un laurel y nomás verlo crecer, que fuera cobijo de los pájaros del cielo y de mis penitas, también. Y quizás ustedes ya no lo recuerden, pero en aquellos tiempos había que pedir permiso para todo. Hasta para plantar un árbol. Que el bando tal, que la real cédula cual. Sí, pa’ todo había que pedir permiso. Hasta pa’ ser libre. En el Río de la Plata, la cosa era así.

El Cabildo pidió autorización al virrey y el virrey escribió a España. Mientras tanto, yo planté el árbol y estuve esperando un año, pero se pasaron diez. ¡Viera mi laurel, estaba de grande… y la sombra que daba! Soportó bravo las Invasiones Inglesas. Hasta que llegó el decreto: ¡Qué se tire abajo el árbol que crece a espaldas del Rey! Eso fue demasiado…Enseguida vinieron las agitadas jornadas de mayo, la Revolución contra el rey Fernando VII. Si no hubiera sido por el árbol, no sé de qué lado hubiera estado… pero esa afrenta a la libertad no la podía sufrir y me uní a la milicia.

Me enrolaron en el Ejército del Norte. Al principio no me fue bien. Apenas si salvé la vida en la batalla de Huaqui. ¿Pero qué quiere?, si ese Castelli no sabía ni de qué lado disparaban los fusiles. Fue un verdadero desastre. Es triste decirlo, pero pa’ mí que en Buenos Aires no se tomaron muy en serio el asunto o no les importó perder todo el Alto Perú, porque pa’ pior, mandaron de reemplazo a un general abogado, muy buena persona, pero con poco de militar. Eso sí, nos hizo jurar una nueva bandera, celeste y blanca, tan bonita. Diga usted que se supo rodear de unos mozos bien entendidos en el arte de la guerra, porque si no, éramos otra vez comida e’ los caranchos.

Pronto tuvimos noticia de que los godos marchaban victoriosos y confiados hacia el sur. El general Belgrano ordenó el repliegue de los pueblos, dejando tierra arrasada. La instrucción del Triunvirato era clara y precisa: costearse hasta Córdoba y recién ahí enfrentar el avance realista. Sin embargo, algunas escaramuzas favorables alentaron un cambio de planes. Y desobedeciendo la orden del gobierno, el general mandó a sus lugartenientes a la ciudad de Tucumán para plantarse ante el invasor. ¡Ese día se ganó nuestro corazón: no era de buen criollo abandonar esa gente a la mano de Dios! Los tucumanos nos recibieron con unos 400 hombres de a pie, sin más armas que sus ponchos y sus lanzas, pero con un coraje que emocionaba. Se celebraron algunos parlamentos y pronto nos allegaron unos gauchos de a caballo, con parque y provisiones.

La batalla era inminente, ya se oían los tambores enemigos. Prendimos fuego a los pastizales y con la humareda, el ejército agresor se desordenó. La artillería los puso a parir, pero igual se nos vinieron a bayoneta calada. Belgrano ordenó responder con una carga de infantería por el centro del ataque. Mientras tanto, nuestros Dragones les hacían un estrago tremendo en el ala derecha, atravesando a los maturrangos como pollos: Pero del otro lado del frente, sucedía a la inversa y el avance de la caballería y la infantería realista era imparable. La batalla se volvió harto confusa y los que retrocedían demolidos de un flanco, eran los que avanzaban triunfantes por el otro. Fue preciso replegarse hasta la ciudad, pero lo hicimos cargados con los cañones y el parque que les tomamos a los godos. También les capturamos las banderas de tres regimientos y varios cientos de prisioneros. Fueron llegando las otras tropas patriotas, con el Coronel Moldes, Balcarce y José María Paz y nos hicimos fuertes en las trincheras que se habían preparado para la defensa.

El brigadier Juan Pío Tristán, el jefe realista, amagó un par de entradas pero sofrenó la carga apenas nuestros primeros disparos. Quiso hacerse el héroe, el maturrango ese, y nos intimó a rendir la plaza, bajo amenaza de incendiar la ciudad. El coronel Díaz Vélez le recordó que las tropas de la Patria ya lo habían vencido y lo invitó a que tuviera el coraje de prender fuego a una sola casa, amenazando con degollar a todos los prisioneros. Mientras Tristán decidía el curso de acción, las tropas del General Belgrano se le aparecieron por retaguardia y fue a su vez, intimado a rendirse, por lo que el español abandonó el campo de batalla. ¡La gloria de la jornada era nuestra!

Ese día fue de celebración, se dijo misa y hasta el alba, hubo gran fiesta en los fogones. Yo contribuí con lo mío, tocando varias canciones con mi guitarra de laurel. Si, con la guitarra hecha con madera de mi laurel.
En un día como hoy, pero de hace doscientos años, se libraba la Batalla de Tucumán. Las tropas realistas doblaban en número y experiencia a los patriotas, que hasta ese momento venían huyendo. Es el combate más importante de la Guerra de la Independencia, porque si el general Belgrano hubiera acatado la orden de Buenos Aires de retirarse hasta Córdoba, se hubieran perdido definitivamente todas las provincias del norte, tornando muy incierto el futuro de la naciente Revolución.
© Pablo Martínez Burkett, 2012

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