miércoles, 5 de septiembre de 2012

Freddy Mercuri, por Juan Guinot


Se cruzan guitarra eléctrica, bajo y batería. Al fondo del escenario, brotan dos lenguas de fuego que irradian a las tribunas. El público ruge porque una figura se mueve al pie de las llamas, parece una salamandra. Los reflectores enceguecen a la multitud en el estadio. Los destellos blancos se apagan y el haz lumínico de un seguidor recorta en escena al que todos esperan. Él camina a paso Real, bastón en mano, capa y gorro rojo. Los que dicen que no es un Rey, bien quisieran alistarse en su Corte.
Arriba de las tablas, se quita la capa mientras camina. Espalda recta y pecho inflado, avanza, paso a paso. Los espectadores reconocen que él los acaricia con sus pestañeos.
Se planta en el borde del escenario, jugando al equilibrista y, antes de pasar el aire por las cuerdas vocales, sin que persona alguna se haya dado cuenta, él ha hecho magia: los casi cien mil espectadores están en la palma de su mano izquierda. En la derecha, lleva esa vara que no es bastón, sino el soporte de un micrófono. En la punta redondeada y esponjosa del micrófono, pega sus labios, abre la boca, saltan hacia afuera los dientes y empieza a cantar.
El cantante va al piano de cola, toma un trago, apoya el vaso y se aleja del piano. En el centro del escenario lo espera el guitarrista, sentado en una banqueta. La mano izquierda del músico está apoyada sobre cuerdas y trastes, marcando el primer tono, pero la mano izquierda no se mueve.
Dice que cantará una canción que compuso para su querida Mary, a quien conoció gracias al guitarrista. Su colega, reclina su cabeza y esconde una sonrisa cómplice debajo de los rulos negros.
Mary está allí, entreverada entre los tira-cables y plomos de la banda, a un costado del escenario. Está acompañada por su hijito, ahijado del cantante de la banda. Cosas de este equilibrista de escenarios y la vida: la mamá de su ahijado es su ex – esposa y su actual, y futura, mejor amiga, la que heredará todos los derechos de sus canciones, el amor de su vida.
Los dedos de la mano izquierda del guitarrista presionan las cuerdas y los de la derecha inician el punteo. Un murmullo se derrama desde las tribunas con la potencia creciente de un alud. La canción dice “Amor de mi vida me heriste, has roto mi corazón y ahora me dejas”. El cantante abre sus brazos. Ahora, su gente canta en una voz de cien mil gargantas. El cantante mira a un costado, donde el chiquito, su ahijado, en punta de pies, pinta una sonrisa y Mary, abrazada al pequeño, suelta una lágrima.
El tema termina. Los aplausos cubren el vacío de un escenario, de repente oscuro. Vuelve el haz del seguidor. El cantante ha cambiado el vestuario y tiene maya blanca con batones negros. Está sentado en el piano. Los dedos golpean las teclas, la melodía se escapa por la cola del piano y su boca se pega al micrófono.
El público está expectante. La banda se prepara, Rapsodia Bohemia está a punto de pegar el primer salto musical dentro de una propuesta que, incluye en el mismo tema, un momento sinfónico y un cierre con un gong.
El concierto termina. Para el público no queda claro si pasó un minuto o tres horas. Cosas de la magia: el paso del tiempo en estado de encantamiento no se puede explicar.
La gente se aleja del estadio, primero una cuadra, luego un día, después semanas y años. Están en sus casas, recién cenados y viendo la tele. Es la noche del veinticuatro de noviembre de 1991 y la programación habitual es cortada por la noticia de último momento: ha muerto Freddy Mercuri. En cada casa donde habita un corazón cobijado por el Freddy Mercuri, los latidos espejan la ausencia en los tonos de Rapsodia bohemia.
Freddy Mercuri nació un 5 de septiembre de 1946.

1 comentario:

José A. García dijo...

Una interesante semblanza. Y de seguro que Freddy, y por él Queen, será recordado por mucho tiempo.

Saludos

J.