jueves, 5 de julio de 2012

Las replicantes


       Cuando mueren, algunas ovejas gritan. Otras se agitan y resuellan como si en los últimos instantes necesitaran llevar a sus pulmones todo el aire que pudieran, y se detienen entre una inhalación y otra como un juguete de repente descompuesto. Otras se dejan caer sobre el eco amortiguado de su cuerpo lanudo. La 268 creció hasta desbordar su cubículo y murió con el chasquido de sus vértebras vencidas; la 153 murió por la proliferación descontrolada de tejido alveolar; la 74 por hipertrofia de la glándula tiroidea; la 202 cuando su segundo corazón dejó de latir. A la 189 se la sacrificó por su aspecto monstruoso y su anatomía aberrante.
       Por último, quedaron sólo dos. Durante ocho días lo único que hicieron fue mirarse fijo, a los ojos, a través de las paredes de acrílico de sus jaulas. No se movían; les cambiábamos el suero a intervalos regulares pero ni siquiera entonces parpadeaban. Eran copias perfectas, idénticas una a la otra y a su original, indistinguibles en todo menos en la identificación que llevaban en la oreja derecha.
       Finalmente, en el noveno día, una de las dos murió: dio un suspiro y se recostó. A la que quedó en pie le sacamos el número y le pusimos el nombre que teníamos pensado desde el principio. Creo que esa tarde brindamos por el fin del azar, la diversidad y la reproducción sexual. Ahora todo dependía de ella.
       El Instituto fue desde ese momento la morada del clon. Aceptamos con naturalidad nuestro rol de cuidadores del prodigio: sabíamos que comenzaba una nueva era.
       La oveja tuvo una vida corta, pobre en crías pero fecunda en células. Murió enferma, debilitada y prematuramente envejecida, sacrificada con una inyección letal en el lomo. Para pincharla esperamos a que estuviera dormida.
       Nunca mientras estuvo viva salió de su cubículo, ya que no hubiera sido seguro que lo hiciera. Hoy su cuerpo embalsamado descansa en el interior de otra caja de acrílico, situada en las puertas del Instituto que la engendró. Desde ahí contempla las extensas planicies escocesas y más allá, donde a diario crecen, pastan y mueren millares de ovejas replicadas de su ADN, idénticas en todo a ella.

Dolly fue el primer mamífero clonado a partir de una célula adulta. Nació el 5 de julio de 1996, en el Instituo Roslin de Edimburgo, en Escocia. Fue la única sobreviviente de una camada de 277 embriones. Murió prematuramente cuando tenía seis años y medio, de un cáncer pulmonar. Tuvo seis crías.

María Eugenia Alcatena

4 comentarios:

José A. García dijo...

Y seguimos esperando que los científicos lo intenten otra vez.

Quizá con humanos no fallen tanto...

Saludos

J.

Mariana del Rosal / Freelancer dijo...

¿Sería posible clonar pandas, rinocerontes negros u otra especie en vías de extinción? ¿O lo volveremos a arruinar?

María Eugenia Alcatena dijo...

Se intentó con el bucardo, pero o los embriones no prendieron o las portadoras abortaron; el único ejemplar que llegó a nacer murió a los minutos.
Me parece que, por lo general, no se puede volver a ningún lugar.

Hola José, un gusto!

Gracias por leer y comentar a los dos.

Mariana del Rosal / Freelancer dijo...

No conocía a esa especie!!! Ahora la googleo. Gracias!