Cuando mueren, algunas
ovejas gritan. Otras se agitan y resuellan como si en los últimos instantes
necesitaran llevar a sus pulmones todo el aire que pudieran, y se detienen
entre una inhalación y otra como un juguete de repente descompuesto. Otras se
dejan caer sobre el eco amortiguado de su cuerpo lanudo. La 268 creció hasta
desbordar su cubículo y murió con el chasquido de sus vértebras vencidas; la
153 murió por la proliferación descontrolada de tejido alveolar; la 74 por hipertrofia
de la glándula tiroidea; la 202 cuando su segundo corazón dejó de latir. A la
189 se la sacrificó por su aspecto monstruoso y su anatomía aberrante.
Por último, quedaron sólo
dos. Durante ocho días lo único que hicieron fue mirarse fijo, a los ojos, a
través de las paredes de acrílico de sus jaulas. No se movían; les cambiábamos
el suero a intervalos regulares pero ni siquiera entonces parpadeaban. Eran
copias perfectas, idénticas una a la otra y a su original, indistinguibles en
todo menos en la identificación que llevaban en la oreja derecha.
Finalmente, en el noveno
día, una de las dos murió: dio un suspiro y se recostó. A la que quedó en pie
le sacamos el número y le pusimos el nombre que teníamos pensado desde el
principio. Creo que esa tarde brindamos por el fin del azar, la diversidad y la
reproducción sexual. Ahora todo dependía de ella.
El Instituto fue desde ese
momento la morada del clon. Aceptamos con naturalidad nuestro rol de cuidadores
del prodigio: sabíamos que comenzaba una nueva era.
La oveja tuvo una vida
corta, pobre en crías pero fecunda en células. Murió enferma, debilitada y
prematuramente envejecida, sacrificada con una inyección letal en el lomo. Para
pincharla esperamos a que estuviera dormida.
Nunca mientras estuvo viva
salió de su cubículo, ya que no hubiera sido seguro que lo hiciera. Hoy su
cuerpo embalsamado descansa en el interior de otra caja de acrílico, situada en
las puertas del Instituto que la engendró. Desde ahí contempla las extensas
planicies escocesas y más allá, donde a diario crecen, pastan y mueren millares
de ovejas replicadas de su ADN, idénticas en todo a ella.
Dolly fue el primer mamífero clonado a
partir de una célula adulta. Nació el 5 de julio de 1996, en el Instituo Roslin
de Edimburgo, en Escocia. Fue la única sobreviviente de una camada de 277
embriones. Murió prematuramente cuando tenía seis años y medio, de un cáncer
pulmonar. Tuvo seis crías.
María Eugenia Alcatena
4 comentarios:
Y seguimos esperando que los científicos lo intenten otra vez.
Quizá con humanos no fallen tanto...
Saludos
J.
¿Sería posible clonar pandas, rinocerontes negros u otra especie en vías de extinción? ¿O lo volveremos a arruinar?
Se intentó con el bucardo, pero o los embriones no prendieron o las portadoras abortaron; el único ejemplar que llegó a nacer murió a los minutos.
Me parece que, por lo general, no se puede volver a ningún lugar.
Hola José, un gusto!
Gracias por leer y comentar a los dos.
No conocía a esa especie!!! Ahora la googleo. Gracias!
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