viernes, 6 de julio de 2012

El Arte y la Agonía



“Mi único don es el dolor”, respondía siempre. “No hay talento en mí, soy tan vulgar y mediocre como todos ustedes. Lo que me diferencia, es que aprendí a sufrir, aprendí a sangrar; y les aseguro, que sangro mejor que cualquiera…”
Y así, María Solaida Juárez, justificaba su genialidad ante todos. Así era ella: honesta y engreída con su dolor.
Con una dulce jactancia, se paseaba por entre sus admiradores, dejándose idolatrar y agasajar, dejándose lamer cada una de esas cicatrices que le habían inspirado a pintar cada una de sus obras.
Sin embargo, se rumoreaba que María era una farsante. Que esas heridas y quemaduras de cigarrillos que llevaba con orgullo regadas por todo su cuerpo, no habían sido inflingidas en su infancia como había declarado en tantas ocasiones. Que no era su madre loca quien la habría lastimado desde pequeña, con el único y absurdo objetivo de hacerle valorar la vida a través del dolor. Lo que se decía, era que María Solaida se había causado sus propias lesiones; ya que solo podía pintar cuando sentía dolor.
Pero solo se trataba de un rumor. No había evidencias claras que comprobaran aquello. Nadie conocía bien su pasado antes de su estadía en el orfanato de Tijuana; sitio adonde la enviaron luego de que su madre fuese internada en el manicomio.
Fue aquella monja de ese orfanato, la que había revelado la enfermiza admiración que María, ya desde muy joven, profesaba por Frida Kahlo. Contaba que la joven no rezaba sus oraciones ante un crucifijo, sino, ante un pequeño retrato que tenía de la artista. Que estaba obsesionada con su imagen; que hablaba como si la conociera. Que Frida… se comunicaba con ella.
Pocos meses antes de irse del hospicio, María le había confiado a la monja un secreto: su certidumbre de que Frida, se había reencarnado en ella.
Años después, María Solaida Juárez se daría a conocer con su primer autorretrato, en el cual había pintado su cuerpo desnudo y decapitado, sentado sobre una silla bajo la sombra de un árbol, sosteniendo en su regazo, con ambas manos, nada menos que su propia cabeza.
Aquella pintura le valió una fama casi instantánea. Con lo que le pagaron por ella, compró su casa en la ciudad de Coyoacán, sitio en donde nació y murió su admirada Frida. Y donde a los 47 años, luego de un misterioso accidente automovilístico, moriría ella también...

Frida Kahlo nació un 6 de julio de 1907 en Coyoacán, Ciudad de México. A la edad de 18 años sufrió un grave accidente de autobús que le causó severas lesiones en su columna y la mantuvo postrada en una cama durante varios meses. Durante esa convalecencia pintó muchas de sus obras, valiéndose de un atril y un espejo que utilizaba para observarse. Su obra magistral se compone principalmente de autorretratos surrealistas sobre momentos trágicos de su vida.

Diego Martín Rotondo

1 comentario:

Roberto G dijo...

Lo que la sufrida Solaida desconocía, es que la evidencia actual parece estar develando como cierta la sospecha de varios expertos que ya habian notado la presencia técnica de Diego Rivera en las pinturas de Frida, lo que sugiere, que ella comenzaba el bosquejo y algo de la pintura, y el maestro y esposo, les daba el toque final... Pero quién sabe, tal vez al final, también Solaida se encontró con su Diego. Abrazos.