viernes, 27 de julio de 2012

Campo de Trigo con Cuervos



Señor Juez:

He tenido que cargar con la locura de mi hermano durante años. He tenido que curarlo, protegerlo, mantenerlo y soportarlo. Siempre tuve deseos de matarlo, pero había algo que me impedía hacerlo. En su momento, él supo ser ese contraste necesario: megalómano, psicótico, ególatra y agresivo. Su temperamento poseía todas las características que no tenía el mío. Por eso, las personas se alejaban de él para acercarse a mí.

Tuve que ampararlo, prestarle dinero, pagarle tratamientos psiquiátricos, medicamentos; tuve que atenderlo como si se tratase de un inválido. Supongo que de alguna manera lo era. Y mientras tanto, dejar que me pagase con su arte, lo único valioso que podía darme a cambio de mi servidumbre. Mi maldito hermano, la sombra que fue apagando cada uno de mis sueños. Obligándome a dejar de vivir mi vida, para vivir la suya.

Había quienes reconocían su talento, y compraban sus pinturas; pero nos pagaban poco. Dádivas que apenas servían para comprar comida, pinceles, telas y óleos. Mi hermano solía decir que los genios solo eran retribuidos después de muertos. Que muy pocos lograban disfrutar en vida la fortuna de su talento. Por eso siempre citaba a Van Gogh.

Tal vez de tanto aludirlo fue que intentó imitarlo cuando le dije sin tapujos, que su arte era mediocre, y lejos estaba de la genialidad de Vincent. Al oír esto, corrió a la cocina, tomó una cuchilla afilada y se rebanó la oreja.

También tuve que cargar con eso. Llevarlo al hospital. Esperar que lo curasen; y mientras tanto llorar; llorar de impotencia y de odio hacia el cáncer que era mi hermano en mi vida.

Pasaron meses de ese suceso, no nos volvimos a dirigir la palabra; él se dedicó a pintar la mayor parte del día encerrado en su cuarto. Solía conversar con los personajes que pintaba. Rompía lienzos, partía pinceles, comía óleos, maldecía, aullaba; su locura evolucionaba tanto como su arte. Fue durante ese tiempo cuando pintó sus mejores cuadros.

Tomé esta decisión luego de que los doctores lo declararan mentalmente insano. Mi hermano pasaría el resto de su vida en un manicomio. Y yo ni siquiera podría explotar su arte. Dado que en su último ataque, quemó todas sus pinturas y se amputó los dedos de su mano derecha.

Su última obra fue, según sus palabras, una versión mejorada de la última pintura de Van Gogh, “Campo de Trigo con Cuervos”. Mi hermano había modificado los colores, pintando a los cuervos de amarillo, y a los trigales de negro, como si hubiesen sido quemados. Ese último lienzo, paradójicamente se salvó del fuego, lo había olvidado en un atril que tenía en el jardín de la casa.

Tal vez la obra no valiera un centavo. Pero yo tenía que cobrarme todos esos años de esclavitud. Así que antes de internarlo, decidí llevarlo de paseo. Lo llevé a un parque desierto, lo abracé, le dije al oído: “Date valor…”, y le coloqué el revolver en su mano izquierda. Me miró conmovido, aun inmerso en su locura entendía lo que debía hacer. Pero algo lo acobardó. Me devolvió el revolver diciendo: “Dame valor…”. Tomé el arma, le apunté al pecho, y sin pensar, le disparé. Luego limpié mis huellas y puse el revolver en su mano. Me quedé unos instantes a verlo morir.

La noticia de su suicidio hizo que muchos viniesen a conocer su obra. Claro, ahora querían pagar fortunas por su arte. Solo quedaba su versión del cuadro de Van Gogh. Esperé un tiempo antes de venderla, esperé una oferta que pagase todos mis años de esclavitud. La oferta llegó, obtuve quinientos mil dólares por su pintura. Viajé, conocí el mundo, disfruté de la vida, me casé. Y ahora, luego de diez años señor juez, confieso haber sido yo quien lo mató.


Un 27 de Julio de 1890, mientras se paseaba por el campo, Vincent Van Gogh recibió un disparo en el pecho. Murió en su cama dos días después. Aun investigan si fue él quien se disparó, o fue asesinado accidentalmente por un par de jóvenes.
Van Gogh fue uno de los principales exponentes del postimpresionismo, pintó 900 cuadros y 1600 dibujos. Una de sus obras, “El Retrato del doctor Gachet” fue subastada y vendida en más de 82 millones de dólares.


Diego Martín Rotondo

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