viernes, 20 de julio de 2012

Fachada de Goleador




“En serio chicos, no soy bueno con la pelota”, les dije. Y claro, no me creyeron. Es que en la escuela, había pibes a los que con solo verles las caras, te dabas cuenta que eran buenos jugadores; supongo que conmigo sucedía igual. Tenía el porte, la mirada canchera, las piernas fuertes, las zapatillas rotas; parecía de esos que mataban sus tardes peloteando en alguna placita. Sin embargo, solamente era una fachada, y una cierta intrepidez en mi manera de moverme. Una inmerecida imagen de goleador.
Lo cierto es que yo no había sido bendecido con el dominio del balón. Por el contrario, había sido maldecido.

Cuando me tocaba jugar con mi viejo, y me lanzaba una pelota, yo me despatarraba, me tropezaba, me caía, y si tenía la suerte de patearla, la enviaba hacia cualquier lado. Me aterraba la velocidad con que se avecinaba aquel balón. Lo veía venir surcando el aire como una bola de cañón. Entonces cerraba los ojos, arqueaba mi cuerpo, movía mis piernas y brazos como un energúmeno, y pateaba hacia ninguna parte. Mi padre, que era un gran jugador, se mostraba desolado frente a mi torpeza en el fútbol.

Era nuevo en esa escuela, llevaba tan solo un par de meses con esos compañeros; apenas me habían visto correr en la clase de gimnasia y ya creían que podría ser el delantero de su equipo. “¡Les digo que no juego bien!”, alertaba yo mientras me llevaban arrastrado rumbo a la canchita; tal vez creyendo que me la estaba dando de humilde; pero no; yo jamás, en mis ocho años, había sido tan honesto.

“Nosotros seremos Argentina y ellos Uruguay”, ordenó Gastón, uno de los cracks del colegio. Eso no les cayó nada bien a los rivales, que nos rodearon camorreando, quejándose de que ellos querían ser Argentina. “¿Por qué no somos River y Boca y punto?”, pregunté yo. Todos me miraron como si los estuviese cargando. Lucas me cacheteó la cabeza con saña y respondió: “¡Porque se esta jugando el mundial, tarado! ¡Tenemos que ser de algún país, no de algún cuadro!”. Era cierto, estábamos en la época del mundial; aún así, hoy, treinta años después, me sigo preguntando que tenía que ver una cosa con la otra.

El profesor lo echó a la suerte de una moneda, y resultó que terminamos siendo Uruguay. El partido comenzó, yo corría sin sentido pasando la mitad de la cancha; Matías, que venía con la pelota gambeteando a todos, me vio y gritó: “¡Tomála!”, y acto seguido me pateó el balón. Tomé coraje, pensé en la mirada de mi viejo, cerré los ojos y sin parar la pelota, la patee con toda mi fuerza. “¡Goooooooooooool!”, gritaron. Pero no lo gritaron las voces de mi equipo, sino las del otro. Había clavado la pelota en el centro de mi propio arco, dejando a nuestro arquero totalmente patitieso. Aun recuerdo sus ojos atónitos mirándome.

Aquello me valió una vorágine de insultos; hacia mí, hacia mi madre, hacia mi hermana, y a hacia todo el que llevara mi sangre. Recuerdo que me empujaron, y casi me agarro a piñas con Octavio, pero el profesor nos separó y me envió al arco. Al portal de los perdedores. Allí, naturalmente, me sentí a gusto. Ahora podría hacer lo que mejor me salía: cubrirme.

Los de Argentina estaban más que motivados con un gol a favor, así que se movieron animados, gambeteando, tocando, parándola de pecho, cabeceando, y llegando sin dificultad hacia el arco que me tocaba defender. Una vez ahí, fue uno, dos, tres, cuatro, y cinco goles que me hicieron en tan solo diez minutos. Por fin, terminó el partido, y tuve que salir corriendo de la cancha para resguardarme de esa horda ensañada que corría detrás de mí para liquidarme.

Pude salvar mi pellejo aquel día. La bronca de mis compañeros perduró solo unas horas. Con el tiempo nos hicimos muy amigos. Y claro, jamás me volvieron a invitar a jugar a la pelota.

Hoy sigo viéndome con varios de ellos, y en cada reunión recuerdan ese partido como un momento trágico y vergonzoso de sus vidas; y aun les vienen ganas de azotarme cuando piensan en aquel gol en contra. Nunca se olvidarán del partidito de tercer grado, cuando los de Argentina nos golearon 6 a 0.


Un 20 de Julio de 1902, en Montevideo, la selección Argentina jugó su primer partido oficial. Derrotando a Uruguay por 6 a 0.


Diego Martín Rotondo

No hay comentarios: