El sol se arrastra, pesado y mortecino,
hacia la línea difusa en la que se tocan el cielo y la tierra. Tragados por el
frío gris del invierno, sus rayos apenas iluminan. Es un rey avejentado,
demasiado débil para fecundar la tierra o entibiar la piel; un padre impotente
que con cada nueva jornada se debilita un poco más. La naturaleza entera
languidece, y el hambre y el agotamiento están por todas partes.
Coronado por una aureola roja, el sol se
hunde detrás del horizonte. Comienza la noche más larga del año.
Con
máscaras de mimbre y barro, los chicos del pueblo se acercan al corral. El
Negro es el chancho más gordo y padrón de la región, un verraco indomable,
padre de por lo menos sesenta camadas de cochinos. Desde lejos, los chicos le
empiezan a arrojar baldes de maíz fermentado con sangre de gallina y huesos
triturados. El Negro siempre fue una bestia voraz de apetitos salvajes, y come
todo lo que le tiran. Es resistente y aguanta más de lo esperado, pero en un momento
trastabilla. Los chicos lo vitorean, azuzándolo para que se levante. Con un
gruñido, el chancho se alza sobre sus patas y sigue tragando.
Poco a poco, a medida que come, los
chicos le pierden el miedo y se van acercando. Lo cubren de flores y guirnaldas,
le cantan y bailan alrededor, lo coronan rey del invierno. Algunos, incluso, le
tocan el lomo: dicen que trae buena suerte para el año que comienza. Mareado
por la ronda que lo envuelve y el brillo de las antorchas, el Negro resbala y
cae. Se revuelca sobre la inmundicia, intenta levantarse, las patas se le
vencen y vuelve a caer. Lo festeja un estallido de risas, chiflidos y aplausos.
Retorciéndose en el centro de la ronda, pareciera que él también baila.
La fiesta se prolonga toda la noche.
Finalmente lo empujan, entre doce, para que quede mirando hacia la puerta del
corral, que da al este. Se ayudan con cuerdas y palos pero aún así les cuesta:
el Negro es, realmente, una bestia formidable.
Cuando asoman los primeros rayos del sol,
los chicos se arrancan las máscaras y se arrojan encima del rey chancho. Lo
degüellan al instante, sin que ofrezca ninguna resistencia, ni siquiera un
gemido. La sangre brota a borbotones, roja, espesa y caliente. La sangre de un
rey fértil, en la plenitud de sus fuerzas, derramada para fortalecer a ese otro
rey que comienza a alzarse sobre el horizonte.
El 21 de junio es el día en que se
produce, regularmente, el solsticio de invierno: la noche más larga del año, el
día más breve. A partir de esta fecha los días comienzan a extenderse, por lo
que diversas tradiciones celebran en ella el renacimiento del dios solar y la
renovación de las fuerzas de la naturaleza. Algunas de esas ceremonias incluían
el sacrificio ritual de un rey coronado durante el festejo.
María Eugenia Alcatena
2 comentarios:
Triste destino el del Negro... aunque no la pasó tan mal en vida si engendró 60 camadas de chanchitos :)
Hermoso esto.
Lo chanchos negros nunca mueren.
O no se quedan mucho tiempo muertos.
Eso.
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