miércoles, 13 de junio de 2012

Muchos en uno.


Poeta, amante, comerciante, narrador, periodista, empleado, astrólogo. Son demasiados en una persona para que puedan verlo como uno solo.
Y la mirada de los demás le preocupa; entiende, que la sociedad suele soltar el cepo del encasillamiento, meterte adentro de la cárcel de un rótulo, el que te toca, para condenarte al presidio rutinario.
Para operar, frente los carceleros de sociedad, arma un escudo protector de heterónimos.
Eso guarece su alma.
Entonces se reinventa en varios personaje y sale a jugar los roles de cada uno en el teatro de la vida.
Nacerá, entonces, el maestro, poeta, de mirada campesina con profundidad universal. Lo seguirá el ingeniero, un viajero de Europa y el Oriente, pensador futurista que, con sus reflexiones, es un preciso diseccionador de la tecnocracia. También habrá un médico que escribe odas. Tanto el médico como el ingeniero son discípulos del maestro, el que los observa debajo de un árbol, protegido por la sombra del conocimiento y la ignorancia. Sombra que ilumina donde el mundo enceguece de pensamiento único.
Cada personaje tiene día de nacimiento, una vida, profesión, posiciones ideológicas, relaciones, intereses sexuales, psicología. Ninguno es igual al otro. Polemizan entre ellos. Eso sí, para darse a conocer en el mundo, hablan a través de sus letras sobre el papel. Y, como si compitiesen por el mejor estilo, cada heterónimo refuerza la apuesta literaria en sus producciones.
Y está él, creador de los personajes que lo enmascaran, firmando poesía, presentándose públicamente, alguna vez,  con el nombre de sus heterónimos. Siempre desconcertando, con talento, para abrir donde el mundo se empecina en cerrarse.
El uno que inventó los muchos se define como gran fingidor.
Y no será de extrañar que el escritor sea conocido como editor (rechazado por el status quo), comerciante, ensayista, publicitario, periodista.
La vida es su escenario, él escribe el libreto para sus personajes y el público, no siempre logra entender como este hombre produce actuación.
Muere un heterónimo, también él y, con el correr de los años, su obra se asienta en las costas del mar turbulento.
Con el tiempo se lo empieza a leer, a apreciar y admirar.
En Lisboa, su ciudad natal, implantan una estatua con su figura. Lo hacen en la puerta del bar al que el escritor acudía, con y sin sus heterónimos. Tal vez, quien planificó decantar metal fundido sobre un molde con la figura del escritor para construir esa estatua, pensó que, de una buena vez, le habían caído con el cepo.
Pero, mientras los celadores del encasillamiento se pavonean con sus operaciones, Fernando Pessoa, se expande sin control por el mundo de las almas, para agigantar sus palabras.
Fernando Pessoa nace el 13 de Junio de 1888 en la ciudad de Lisboa.
Juan Guinot

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