martes, 5 de junio de 2012

Mi casa es su casa





MI CASA ES SU CASA


Cuando yo iba a la secundaria, teníamos un compañero, Federico Bermúdez, al que le decíamos “Diccionario”. Era un fenómeno el pibe. Vos le preguntabas algo, por asombroso que fuera y el tipo te lo contestaba. Y no es que sanateara: te la batía posta. A veces, en las horas libres, traíamos una enciclopedia de la biblioteca y lo ametrallábamos a preguntas Nos dejaba con la boca abierta. ¡Y mirá que el Tero Benedetti se las hacía fuleras!
En el fondo, nos daba un poco de miedo y como todo lo que no se entiende o es distinto, lo excluíamos del grupo, salvo para su numerito de circo. No es que él fuera muy sociable tampoco. Creo que fue el Ruso Dolinsky el que nos avivó. Federico estaba con gripe y la madre le pidió si podía ir a llevarle los deberes. Lo invitaron a tomar la leche y así supo que padecía una extraña condición que era como tener una memoria fotográfica pero de todos los sentidos. El común de la gente posee mecanismos que le permiten filtrar los estímulos que se presentan en un mismo instante; pero para Fede, la sola noción de instante remitía a colores sinfónicos, voces cromáticas y acordes de olores. Podía pasarse horas hamacándose en detalles como brasas.y todo le quedaba registrado para siempre. Vivía en un entorno florecido de sensaciones. Lo mismo le pasaba cuando leía algo. No se olvidaba jamás.
Las vueltas de la vida nos fueron llevando por caminos diferentes. Y salvo con unos pocos, con el resto nos perdimos el rastro. No sé quién nos avisó que “Diccionario” se había muerto. Fue un gran golpe porque era el primero de nuestra promoción que se iba, así que quisimos juntamos para hacerle un homenaje.
La reunión se concertó en el bar “La Facultad”, enfrente de la plaza. A unos cuantos nos costó reconocernos. Después de los saludos y las palabras de rigor, el Tosco Pereyra empezó a chacotear como siempre y arriesgó que “Diccionario” antes de estirar la pata, seguro que tuvo tiempo de enunciarle a los médicos todas las cosas que habían pasado ese día. Y dispositivo electrónico en mano, empezó a imitar su voz medio acampanada: un 5 de junio las tropas americanas entraron triunfalmente en Roma; le dispararon a Bobby Kennedy, el hermano de JFK; árabes e israelíes se trenzaron en la Guerra de los 6 días; nació Adam Smith, el padre de la economía clásica y Pancho Villa, el de la revolución mexicana. Ah, y también se celebra el Día Mundial del Ambiente...Como nadie le festejó la “gracia”, se cayó la boca. Con la angustia de lo inexorable, nos quedamos un rato en silencio.
Para salir del trance, quise remarcar la casualidad: él, que era capaz de nadar en cada detalle de la Naturaleza., se fue el día del ambiente. Todos evocamos haberlo visto enternecido frente a una flor o extraviado con el vuelo de un pájaro. O haciendo campaña por cuanto bicho estuviera en peligro de extinción. El Tosco, incorregible, por una vez estuvo bien y nos rescató de la tristeza recordando cuando se le daba por recoger pilas usadas o recolectar tapitas: ¡le poníamos cualquier cosa en las cajas! Ojalá hubiéramos colaborado en sus cruzadas por el reciclado de basura o en contra de los aerosoles. ¡Éramos tan obtusos!
Un poco culpables, amagamos una justificación: más de 30 años atrás, tener conciencia ecológica era demasiado de avanzada (¡de hippies! vociferó Roncaglia que siempre fue un fascista). Pero pronto advertimos que nada había cambiado y que nuestras conductas actuales, no sólo que poco tenían de ecológicas, sino que además, seguíamos siendo igual de despiadados con el planeta. Con la diferencia de que ahora, sumado a las barrigas y las calvas, muchos éramos padres de familia. Familias bien avenidas, recién separadas, ensambladas y otras yerbas, pero familias al fin. Y entonces, comprendimos que no se trataba ya de la inconsciencia del pasado o la insensibilidad del presente sino que, de seguir de esta forma, hipotecábamos el futuro.
Tal vez fueron las cervezas. Quizás fue la nostalgia. No descarto que haya sido un arresto de adolescencia tardía, pero el caso es que nos juramentamos en recuperar el tiempo perdido y honrar el compromiso temprano de nuestro compañero, haciendo algo en su nombre.
Como toda promesa de madrugada, se hubiera perdido en el mar de las buenas intenciones, de no ser por el Gordo Cienfuentes, que un par de semanas después, nos convocó para constituir una Fundación. Sí, claro, una fundación destinada a promover la conciencia ambiental, el desarrollo sustentable, el consumo ecológico y el reciclaje de los residuos. Y sobre todo, para realizar acciones concretas a fin de preservar los recursos naturales y prevenir el cambio climático.
Supongo que como la gran mayoría en este país, nuestra historia personal no había sido de lo más comprometida con el cuidado ambiental. Lo bueno es que pudimos darnos cuenta a tiempo. Confiamos en poder ayudar a que todos empiecen a proteger el planeta, la casa de todos.



El 5 de junio se celebra el Día Mundial del Ambiente que ha sido establecido por las Naciones Unidas en el año 1972 a fin de fomentar la sensibilidad con el ambiente. Este año, la consigna es evaluar en qué áreas de la vida cotidiana se puede aplicar la “economía verde” y de qué manera la economía sustentable puede ser un recurso para el desarrollo social, productivo y ambiental de la humanidad.


© Pablo Martínez Burkett, 2012

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