viernes, 8 de junio de 2012

El último hombre de Europa


      A través de salas dolorosamente iluminadas, entre paredes blancas y resplandecientes que niegan la oscuridad, el último hombre de Europa es conducido por manos firmes. No ve las caras de sus guardianes, pero las adivina grises, surcadas de líneas, inescrutables. Finalmente se detienen frente a una puerta de chapa. Uno-cero-uno, se lee contra el negro sin estrías de la puerta; la tan temida habitación 101.
     Sabía que terminaría ahí. Tarde o temprano, le iba a tocar. Era su destino y lo sabe, de alguna manera, desde siempre.
     Además de eso, sabe muy pocas cosas. Sabe que está enamorado; sabe que Julia, el cuerpo tibio y cercano de Julia, es más importante que la suma del pasado y el futuro, o más bien de todos los pasados y todos los futuros; sabe que sus caderas son dulces y generosas; sabe que la intimidad es posible; sabe que ella lo ama. Sabe que para ser felices alcanzan una habitación alquilada, una cama vieja, un paquete de café y una ventana.
     Sabe que en esos recuerdos, conservados en su interior como en un globo de vidrio, reside su única fortaleza.
     Los policías lo amarran a la silla.
     Entonces, de repente y sin querer saberlo, sabe algo más.
     Antes de oír ni ver nada, lo siente en el cuerpo. Uno a uno se le erizan los pelos de la nuca, como antenas alertas. Sólo después las escucha: ratas. No hay otra cosa que odie más en el mundo. Sus chillidos lo inmovilizan contra la silla. Ratas hambrientas, corriendo unas contra otras, por lo menos dos pero más probablemente tres. Sucias, inmundas, voraces ratas, de ojos brillantes y dientes afilados. Golpeando furiosas contra su jaula, listas para saltar sobre lo que se les ponga por delante.
     Aterrorizado, cierra los ojos y ya casi puede sentirlas contra su cara.
     La habitación 101. Lo peor del mundo.
    Enfrentado a su miedo más profundo, traiciona todo lo que tiene. Lo poco que tiene, mejor dicho, que para él era todo.
     Ese día, en él y con él, muere la humanidad.
    Desde entonces y hasta el final de su vida, apenas será un muerto que camina. Su nombre es Winston Smith y tiene treinta y nueve años. 

* * *

     El 8 de junio de 1949 se publicó, en Inglaterra y Estados Unidos simultáneamente, la novela 1984, una de las distopías más famosas e influyentes de todos los tiempos. “El último hombre de Europa” era el título que su autor, George Orwell, había elegido originariamente para ella. 


María Eugenia Alcatena

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