Europa, mejor dicho, la porción
de Europa burguesa, padece de snobismo zombi. Interesados en contar monedas y
logros materiales, no se percatan que el humo de la pólvora se condensa en el
horizonte, con nubarrones púrpura, más bien parecidos a un apelotonamiento de
coágulos y pústulas.
Se viene la Primera de la dos
Guerras Mundiales. Falta poco, pero el snobismo zombi se regodea de los avances
del consumo, la organización del mundo seriado, la acumulación sobre
acumulación y buscar la cima de una montaña de base endeble.
El escritor lo ve, más o
menos así. Es una imagen que le
sobreviene, mientras su mujer padece de una larga convalecencia, dentro de un
hospital, en una ciudad de Suiza.
El retiro forzado, el respirar aire
de enfermos, el contacto cotidiano con la muerte y la distancia de esa Europa
dominada por el snobismo zombi, lo meten en una mundo que empieza a escribir en
su cuaderno de apuntes.Sentado, en una silla incómoda, lejos del lecho donde su esposa pelea por la vida, apunta en el papel la historia de un joven ingeniero que viaja a visitar a un tío enfermo, internado en un hospital de montaña.
El hospital, más bien parecido a un Spa para ricos, le presenta, al joven ingeniero, el catálogo de la decadencia material, intelectual y espiritual. Y el sobrino, llegado para visitarlo, a las semanas, se encuentra sometido al régimen de un enfermo.
En la cumbre de esa montaña, donde funciona el hospital-spa, el tiempo que guía su pulso cambia y se amalgama al de todos los habitantes de aquella cumbre para la recuperación de enfermos notables donde, empieza a descubrir, el destino final de todo tratamiento conduce, irremediablemente, a la muerte.
En la cima de la cabeza del joven ingeniero, el tiempo se hace de goma, de visitante pasa a paciente y en los sobacos le calzan el mercurio, ese que mide la temperatura afiebrada de la que todo el mundo habla, nadie en ese hospital puede vivir sin su termómetro, sin conocer la fiebre del último momento, la temperatura actual del snobismo zombi.
Y lo que eran semanas de visitas, terminan siendo años de internado. La vida en el llano, queda cada vez más lejos y el pasaje, en las alturas, donde este ingeniero siempre había creído se encontraba el cielo, no es más que el caldo del infierno, ese que rige en Cielo y en la Tierra, el que acumula nubarrones púrpuras y mojan el Campo Santo, el de la contienda, donde el hombre come al hombre y la burguesía de la Europa moderna se alimenta con la dieta del snobismo zombi.
El escritor vuelve al pasillo del hospital. El médico de guardia se acerca, le explica de medicinas, tratamientos y paciencia. Lo escucha sin escuchar. En el regazo, tiene el cuaderno donde acaba de apuntar la imagen disparadora, quiere volver a sus escritos.
Afuera del hospital, la Europa, narcotizada, está a tres años de caer en la Primera de las Guerras. Adentro, el cuaderno del escritor, acaba de dar comienzo a una obra literaria que le demandarán 12 años de trabajo y titulará “La Montaña Mágica”.
El autor es Thomas Mann y nació el
6 de Junio de 1875.
Juan Guinot
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