—¡Garpá el
alquiler sanguijuela! —rezongaba mientras zurraba la puerta del cotorro. Se
notaba estrilenta la jovata.
—En una semana
me van a pagar unos morlacos… sea paciente doña, ahora estoy forfait, no sea
quilombera… —le decía yo, algo julepeado.
—Mirá
atorrante… si no me das la moscarda mañana, te doy el olivo a escopetazos.
¿Oíste? —chamuyaba la vieja.
Caminito se
aturdía de tangos bajo el bacanaje importado. Había mucha biyuya por la calle;
mucho bochinche, como cada domingo de sol. Yo balconeaba a los turistas; y les
susurraba: “Pasen y vean muchachos, vengan a calar el conventillo; que Juana,
la vieja más fulera de La Boca ,
les va a mostrar el color del galgueo. También está Virginia, una Lora fina
según los alcachofas. Milonguera, budinazo de alta gama; de limones prominentes
y faroles cristalinos”. Virginia, que a pesar de serlo, no parecía hija de
Juana.
Vengan a echar
unos gruyos a este conventillo. Los pájaros son los únicos felices aquí. Miran
todo desde arriba, desde lejos, igual que ustedes. El único meódromo de la
pensión, está lleno de impermeables tapando el desagüe. Yo pensé que un
matadero me iba a servir de lufanía para mi alambrada; pero, entre el quilombo
de toda la mersada, solo me salen morondangas... Así que escabio alpiste
berreta y me apoliyo, casi siempre en curda.
—Tengo la escopeta
cargada eh… —murmuraba doña Juana tras el cerrojo— cuento las horas eh…
No me jorobaban
las amenazas de una vieja cachusa. Yo llevaba tres semanas sin garpár la pieza;
una semana más, no haría diferencia.
Aquella noche,
mientras le daba al escabio en el patio, y rasgueaba la alambrada, la vi entrar
a Virginia. Estaba bien curdela ella también; así que aproveché y le pellizqué
el bombo; ni se inmutó la Lora ;
y no vaciló un minuto en meterse a mi pieza.
Nunca se me
había dado un fierrazo con un yiro. Virginia era una percante erudita. Yo
estaba empedado y me olvidé el impermeable. Un hijo “Giliberto” iba a tener; un
poco de mí y quién sabe, otro poco de miles de anónimos.
Salió lindo
igual; la vieja lo tomó bien, y cuando empezó a quedarse gagá, decidió dejarnos
el conventillo; se retiró a ver la tele, y en dos años, se fue por la rejilla.
Montamos la
amueblada para turistas. Y en honor a la vieja, embalsamamos su cuerpo y lo
expusimos bajo del zaguán. Actualmente no somos cogotudos, pero tenemos un buen
pasar. Virginia dejó de hacer la calle; ahora sus aptitudes son solo mías. El
nene es bueno, pero no se parece mucho a mí. Por primera vez en mucho tiempo,
se me iluminó el mate y pude componer unos tangos decentes. Y si… somos una
familia feliz, viviendo en Caminito…
Un 21 de diciembre como hoy, pero
de 1962, en Buenos Aires, se fundaba la Academia Porteña
de Lunfardo, dedicada al estudio del habla popular argentina. Originalmente, la
jerga del lunfardo era utilizada por marginales y personas de clase baja. A
principios del siglo XX, el lunfardo comenzó a estilarse en el tango. Muchos de
los tangos más conocidos actualmente, poseen en sus versos, la preciosa poética
del lunfardo.
Martín Kaos