Cuando la
primavera estalla, el mundo, que es viejo, árido y rocoso, rejuvenece de pronto
y es como si todo volviera a ser creado por primera vez. Así era entonces: los
frutos colmaban las ramas, las cosechas se acumulaban, el agua corría fresca y
cristalina, los colores refulgían, el vino endulzaba los labios, los cuerpos se
llamaban, todo florecía y Lucía también. Los dioses estaban en todas partes, al
alcance de la mano, y en nada resplandecían tanto como en la belleza de Lucía,
más luminosa ella sola que todo el panteón reunido.
¡Lucía, no huyas! Somos
jóvenes, no vamos a serlo por mucho tiempo. No lo desperdicies en togas
virginales, penitencias y encierros. Lucía siempre había sido un poco rara, pero
estaba tan hermosa.
¿Qué es lo que te
gusta de mí?, suplicó con la voz entrecortada por la agitación, mientras la
perseguía entre los laureles. Lucía, Lucía: cómo responder esa pregunta
imposible. Todo en ella me gustaba: su aliento espeso, la piel de oliva, su
contención, sus manías (que cada tanto la poseían y la hacían lastimarse hasta
sangrar), el olor acre de su pelo, las manos casi siempre juntas, su manera de
estar sin estar; me gustaba tanto que la hubiera cuidado y mimado siempre,
hasta que la muerte nos segara. Pero Lucía esperaba una respuesta, así que miré
sus ojos ligeramente extraviados y le dije: tus ojos; tus ojos que buscan cosas
de otro mundo pero brillan en este.
Fue todo tan
rápido que no pude hacer nada para evitarlo. Lucía sacó una daga de entre sus
vestidos y se arrancó los ojos, primero uno y después el otro, sin titubear. Yo
caí de rodillas, horrorizado. La sangre le corría por la cara y el
pecho, empapaba sus ropas, le mojaba los pies. Ya está, podés llevártelos, y me
sonrió espantosamente mientras me miraba desde sus cuencas vacías: dos agujeros
negros y resecos, opacos, en los que ya jamás brillarían los dioses.
*
El 13 de diciembre
se celebra la fiesta de Santa Lucía, una mártir cristiana que vivió y murió en
Siracusa en tiempos del emperador Diocleciano. Por el significado de su nombre
(“la que porta luz”) y su leyenda se la venera como patrona de la vista, los
ciegos y las enfermedades oculares; sus devotos suelen ofrendarle ojos de oro,
plata o pastelería.
dibujo de Fer Gris
texto de María
Eugenia Alcatena
1 comentario:
Guau, no conocía esta historia!!! Bella y tétrica al mismo tiempo.
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