jueves, 13 de diciembre de 2012

Lucía




Cuando la primavera estalla, el mundo, que es viejo, árido y rocoso, rejuvenece de pronto y es como si todo volviera a ser creado por primera vez. Así era entonces: los frutos colmaban las ramas, las cosechas se acumulaban, el agua corría fresca y cristalina, los colores refulgían, el vino endulzaba los labios, los cuerpos se llamaban, todo florecía y Lucía también. Los dioses estaban en todas partes, al alcance de la mano, y en nada resplandecían tanto como en la belleza de Lucía, más luminosa ella sola que todo el panteón reunido.
¡Lucía, no huyas! Somos jóvenes, no vamos a serlo por mucho tiempo. No lo desperdicies en togas virginales, penitencias y encierros. Lucía siempre había sido un poco rara, pero estaba tan hermosa.
¿Qué es lo que te gusta de mí?, suplicó con la voz entrecortada por la agitación, mientras la perseguía entre los laureles. Lucía, Lucía: cómo responder esa pregunta imposible. Todo en ella me gustaba: su aliento espeso, la piel de oliva, su contención, sus manías (que cada tanto la poseían y la hacían lastimarse hasta sangrar), el olor acre de su pelo, las manos casi siempre juntas, su manera de estar sin estar; me gustaba tanto que la hubiera cuidado y mimado siempre, hasta que la muerte nos segara. Pero Lucía esperaba una respuesta, así que miré sus ojos ligeramente extraviados y le dije: tus ojos; tus ojos que buscan cosas de otro mundo pero brillan en este.
Fue todo tan rápido que no pude hacer nada para evitarlo. Lucía sacó una daga de entre sus vestidos y se arrancó los ojos, primero uno y después el otro, sin titubear. Yo caí de rodillas, horrorizado. La sangre le corría por la cara y el pecho, empapaba sus ropas, le mojaba los pies. Ya está, podés llevártelos, y me sonrió espantosamente mientras me miraba desde sus cuencas vacías: dos agujeros negros y resecos, opacos, en los que ya jamás brillarían los dioses.      
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El 13 de diciembre se celebra la fiesta de Santa Lucía, una mártir cristiana que vivió y murió en Siracusa en tiempos del emperador Diocleciano. Por el significado de su nombre (“la que porta luz”) y su leyenda se la venera como patrona de la vista, los ciegos y las enfermedades oculares; sus devotos suelen ofrendarle ojos de oro, plata o pastelería.

dibujo de Fer Gris
texto de María Eugenia Alcatena

1 comentario:

Mariana dijo...

Guau, no conocía esta historia!!! Bella y tétrica al mismo tiempo.