viernes, 3 de febrero de 2012

Nobleza obliga






NOBLEZA OBLIGA






Hoy me hice un análisis de sangre. No miré cuando me clavaron la aguja pero abrí un ojo cuando empezaron la extracción. Es tan roja como la del vecino. Me parece que mi abuela nos engañó toda la vida con eso de que éramos de sangre azul. Sin embargo, a mí me gusta decir seguido “Nobleza obliga”.


Será porque de chico me atoraba con las películas de “Sábados de Cines y Series” y después jugaba a que era “Scaramouche” o sir Lancelot, o algún otro valiente caballero que, espada en mano, salía a defender el honor de una dama o a proteger a los humildes.


O será por el tango “Nobleza obliga” que silbaba mi viejo, mientras le ajustaba la cadena a la bici para irse a laburar: “Yo no sirvo pal ambiente / del que baila por dinero / Yo he nacido milonguero / y no vendo la emoción / de sentir un tango reo / caminando en el salón”.


O será, sin darle tanta vuelta, porque uno nació así, con la obligación de saber comportarse, educar con el ejemplo, siempre listo para dar una mano al que lo necesita, ayudar a las mujeres, proteger a los más chicos, asistir a los que menos tienen. Uno nació con la responsabilidad de ser consistente con una ética del trabajo, del esfuerzo. Uno nació así, celebrando la amistad por encima de todas las cosas y la familia, como el más sagrado refugio. Porque nobleza obliga.


Sí, ya sé, hoy en día son valores que huelen a naftalina. La patrona me dice que así no voy a llegar a ninguna parte. Que es como entrar a jugar un partido donde todos los demás hacen trampas y uno, como un gil, sigue respetando las reglas. Tiene razón. Pero no me van a doblar. No me importa perder 7 a 1 si a cambio puedo hacer una gauchada, que es nuestra forma de decir obrar con nobleza criolla.


Y sé que no soy el único, sino que formo parte de esa gran mayoría silenciosa, que cultiva el honor, la piedad, el respeto, la hidalguía. Lo que pasa es que los otros, los otros, tienen mejor prensa. Algún día volveremos a estar de moda. Déjeme soñar. Anímese a soñar. Porque nobleza obliga.



© Pablo Martínez Burkett, 2012

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