UN LOCO LINDO EN LA PARED DE MI TIO
Mí tío Adolfo, además de mi tío, era mi padrino. En
muchos aspectos era mi ídolo, mi modelo. En su habitación tenía cosas que para
un niño eran sencillamente asombrosas. Ya nomás sobre el ropero, había una
cabeza de vaca, a la que le habían puesto unos foquitos en las órbitas. Cada
vez que la prendían en la oscuridad, me daba un feliz escalofrío. En la mesita
de noche, el velador era la lámpara… de Aladino (yo estaba tan convencido, que
antes de dormirme la miraba un par de veces no fuera a salir el genio…). En una
pared, junto al espejo, la reproducción de un mapamundi muy antiguo, con los
nombres de continentes y mares en latín. En la pared de enfrente y sobre la
cama, un cuero de zorro, con un rifle Winchester cruzando el pelo del pobre
animal. En la pared del costado, había unos banderines colgados arriba del
escritorio donde hacía mis deberes.
Y finalizando este censo de la habitación de mi
tío, sobre el tapa-rollo de la ventana estaba mi objeto favorito: un póster,
con mujeres de piel canela y pelo renegrido, sentadas en el banco de un parque,
hablando entre sí y ataviadas con vestidos de fulgurantes colores: naranja,
verde, amarillo y rojo. El poster llevaba una inscripción: “Tamatete”.
Por alguna extraña razón, ese póster me atraía
mucho más que cualquiera de los otros huéspedes de esta cueva maravillosa de mi
infancia. Aún más que la lámpara de Aladino o la cabeza de vaca. Alguna vez
debo haberlo mencionado y un adulto me respondió con suficiencia: ¡pero nene,
es Paul Gauguin! Avergonzado de mi ignorancia, razoné que si todo allí era
fabuloso, el autor de la obra que me inquietaba tanto no podía ser menos, así
que me dediqué a investigar en un diccionario enciclopédico, que eran el
recurso disponible en aquella época.
Y mi intuición infantil nunca fue más acertada:
pocas biografías empardan la de este pintor francés.
De niño, las ideas políticas de su padre obligaron
a la familia a exiliarse en el Perú. Al regresar a Francia, el joven Paul se
enrola en la marina mercante, pero luego de una temporada, sirve en las filas
de la Armada Francesa. Más tarde se convierte en un exitoso agente de bolsa,
donde se labra una posición decorosa, al punto que se casa y forma una familia
con cinco hijos.
Nada hacía presagiar el cambio que habría de
sobrevenir en su aburrida vida de hombre de negocios. Sin embargo, un amigo de
su padre, que oficiaba de tutor, lo vincula con los pintores impresionistas y
movilizado por lo que ve, empieza a tomar clases de pintura. Al poco tiempo se
larga a pintar y exhibe sus primeros cuadros, junto con una delantera de lujo:
Manet, Monet, Cézanne y Pisarro. Sus obras generan tanto eco que decide
abandonar la Bolsa de París, para dedicarse por completo a la pintura.
También abandona a mujer e hijos en Holanda. Nada
es suficiente y viajero incansable, se marcha a Panamá, donde termina
trabajando en la construcción del Canal, pero se enferma de malaria y
tiene que volver a Francia. Allí sigue pintando. Conoce a Vincent Van Gogh y
trabajan juntos durante un par de meses. Parece ser que Gauguin no sólo tenía
mal carácter, sino que además era un soberbio importante. Y Van Gogh no le iba
en zaga, de modo que la guerra de egos no tardó en instalarse y en un hecho no
elucidado del todo, puede que la famosa oreja cortada del pintor holandés haya
tenido su origen en un choque entre ambos temperamentos fatales.
Un poco después, Gauguin se muda a la Polinesia, so
pretexto de sustraerse de las deudas y mejorar su salud. En realidad, necesita
buscar refugio fuera de un mundo que lo ahoga en su mar de convenciones
sociales. Pero en lugar de recuperarse, empeora tanto de salud como de pobreza
y no tiene más remedio que regresar a Francia. Pero no todo es desgracia en la
vida del tarambana y en su total inadvertencia, había heredado a un tío. Con ese
dinero y el producido de la venta de algunos cuadros, retorna a la Polinesia,
donde pinta como un enloquecido mientras frecuenta el amor de las
desprejuiciadas mujeres isleñas. Contrae sífilis y lepra, intenta suicidarse a
poco de pintar su obra más significativa. Inquieto, aún en la enfermedad, se
radica definitivamente en las Islas Marquesas, forma pareja, tiene un hijo y
hasta se involucra en reivindicaciones contra la injusticia a la que eran
sometidos los nativos. Nada parece alcanzar, pero al poco tiempo, muere como
quiso, apartado del universo, prácticamente como un salvaje.
Paul Gauguin empezó a pintar en el impresionismo,
pero pronto advirtió que le resultaba exigua para recomponer en imágenes las
sensaciones que desbordaban sus agudos sentidos. Viendo cómo pintaba, no me
extraña que la gente lo haya juzgado como un poco loco. Los expertos en arte
podrán acercar sesudas consideraciones sobre su obra. Para mí fue un pintor
consecuente con su pensamiento, casi un anarquista, un hippie adelantado en el
tiempo, que con los colores llameantes de un exótico póster, me hizo comprender
que era posible llevar hasta la última consecuencia el compromiso del arte con
la vida.
El 9 de mayo de 1903, se moría Eugène Henri Paul
Gauguin. Tenía 55 años y fue uno de los pintores más importantes que dio el fin
del siglo XIX. Además, tuvo tiempo para ser marinero, agente de bolsa, bohemio
intransigente, viajero infatigable y revolucionario local. Pero
fundamentalmente, fue un hombre que alcanzó fórmulas expresivas de una enorme
profundidad.
© Pablo Martínez Burkett, 2012
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