martes, 15 de mayo de 2012

La doncella de hierro


LA DONCELLA DE HIERRO
No es momento de relatar los oscuros acontecimientos que terminaron por alojarme en este Hospicio de la Quinta del Sordo. Todos saben de la amistad que me unía con el profesor Alvar de Soto. También era fama su pasión por el espiritismo, la astrología y otras ciencias ocultas. No es que no se lo hubiera advertido de tantas formas. Es cierto que sus palabras pomposas y alambicadas ejercían una perversa fascinación, pero aún así, le pedí una y mil veces que no insistiera con su búsqueda frenética. Pero comprendo ahora que tanto su destino como el mío estaban ya escritos. No pude evitar que la lectura del libro “El martillo de las brujas” agravara su obsesión por brujas, hechiceras y gitanas, a cuya magia les atribuía que su miembro viril pareciera enteramente alejado y separado del cuerpo.
Tampoco pude evitar las flagelaciones diarias a las que se sometía en reparación por sus actos infames. A veces, se hacía azotar por un sirviente con el látigo llamado “gato de las nueve colas”, por otras tantas puntas de cuero rematadas con plomo; a veces, aplastándose uñas, falanges y nudillos en forma lenta y progresiva, con ese otro artefacto perverso, “el aplasta pulgares”. Pero en lugar de purificarse, el transitorio alivio que sentía su alma lo llevaba a reincidir en las conductas aberrantes.
Quizás le fallé como discípulo al no tratar de impedir su última locura. Sí, su última locura, la que me tiene hospedado en estas cuatro paredes, húmedas y oscuras. El profesor de Soto ya no escuchaba, la aflicción espiritual que le causaba no lograr mantener comercio carnal con la pérfida Judith, era peor que soportar las penurias del Averno. No creo que haga falta referir aquí la forma en la que esa maldita marrana lo tenía sometido a sus diabólicos influjos. No lo salvó siquiera consultar el Formicarius de Johannes Nider. Ya era tarde, la ronda de las brujas se había desatado. Nunca debí prestarme a ello. El atroz acto de canje que aceptamos realizar con los demonios será siempre una abominación que clama contra el Cielo y justifica el juicio y el santo tormento que la Inquisición ha decidido imponernos.



En medio de los gritos y llantos que llegan de las mazmorras, escucho el paso marcial de los soldados del Rey mezclado con el deslizar de los hábitos de los frailes asistentes del magnífico Inquisidor General de España, el venerable Torquemada. Debo dejarte, estimado lector, la doncella de hierro me aguarda…



En un día como hoy, pero de 1252, el papa Inocencio IV promulgaba la Bula “Ad extirpanda”, que autorizaba a los tribunales de la Inquisición a utilizar la tortura como medio legítimo para obtener la confesión de los herejes, oficializando una de las etapas más terribles de fanatismo y crueldad en nombre de una religión.
© Pablo Martínez Burkett, 2012

No hay comentarios: